Image: Castillos en el aire. Mito y arquitectura en Occidente

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Ensayo

Castillos en el aire. Mito y arquitectura en Occidente

Pedro Azara

14 julio, 2005 02:00

Pedro Azara. Foto: Iñaki Andrés

Gustavo Gili. Barcelona, 2005. 280 páginas, 25 euros

Pedro Azara es conocido y reconocido por sus espléndidas exposiciones temporales, como aquélla legendaria y mítica que se llamaba "Las casas del alma". En ella, a partir de una concienzuda investigación por toda la cuenca mediterrána fue descubriendo que los muertos eran enterrados en sus respectivas casas, casas del alma, a partir de lo cual fue tramando una de las más sorprendentes y originales exposiciones de este carácter que se recuerdan.

Siguió luego "La última mirada", sobre el límite entre la vida y la muerte en que se aloja mucha pintura próxima a la despedida de este mundo. También "La fundación de la ciudad", en la que exponía, en un hermoso conjunto, el rito cosmológico y cosmogónico que autores como Mircea Eliade, Joseph Rickwert, u otros, supieron reconstruir. No hablaré con elogio de la última exposición, "La condición humana", ya que soy parte interesada: colaboré, junto con la arquitecta y profesora (como Pedro Azara) de la Escuela de Arquitectura de Barcelona, Marta Llorente, en la asesoría de esa exposición que tuvo lugar durante el Forum Barcelonés 2004.

Pedro Azara y Marta Llorente fueron, primero, alumnos míos de la etsab, y luego excelentes profesionales que combinaban sus actividades externas (en el caso de Pedro Azara, en la línea señalada de las exposiciones temporales) con la docencia universitaria. Este libro que ahora publica Pedro Azara es, a la vez, el magnífico destilado de esa experiencia alcanzada sobre el ser de la arquitectura, y de su vínculo con la ciudad, a través de la sucesión de exposiciones que compone su trayectoria. Pero así mismo se advierte en él el extracto esencial de un buen hacer y buen sentido docente: el libro es de una extraordinaria agilidad, y se lee como si se tratase de un apasionante relato: el que va desbrozando, a partir de una verdadera piedad por las palabras, y por sus contextos etimológicos y semánticos, el sentido mismo de esa vocación-profesión: por qué la arquitectura tiene estampado en su nombre la venerable palabra arjé de la filosofía presocrática; por qué tenía, originariamente, relación con la carpintería. Qué significa casa, hogar; por qué la casa encierra el fuego sagrado (de Hestia, o de las Vestales). Por qué se habla de la "planta" de un edificio.

A partir de ese recorrido puede descubrirse la arquitectura como el arte de los límites, donde la palabra límite adquiere quizás un sentido propio, específico, necesario. Decían los pitagóricos, y el Platón pitagorizante, que el punto era el límite (fecundo) que al "fluir" engendraba la línea; la línea era el límite (fecundo) que en su movimiento gestaba la superficie; y ésta era el límite del cuerpo sólido. Estas ideas hallan, quizás, su mejor confirmación en el arte arquitectónico, lo mismo que en el trazado de las ciudades, que inicialmente se producía a través de la "contemplación" del cielo, y del "recorte" de un cruce e intersección de líneas que luego se proyectaba sobre tierra.

El libro avanza hacia la fundación, no exenta de violencia, de las ciudades, con esos asesinatos originarios de Rómulo y Remo, o de Abel y Caín. Traza escenarios de ensueño; pues, como se dice de pronto, toda arquitectura es siempre arquitectura ideal. Primero debe ser ideada, a partir de una Forma platónica. Luego debe ser acomodada al mundo real. Lo mismo en la antigöedad que en los grandes proyectos de rascacielos (no realizados) de Mies van der Rohe, por dar un ejemplo sintomático.

La ciudad de los muertos, la ciudad de los cielos, las ciudades de ensueño: arquitectura y ciudad acotan, cercan, trazan un cercado en el campo, en lucha con el lado salvaje de la naturaleza. El campo (físico) es, en virtud de la arquitectura, convertido en cercado (lógico, cívico). Y el fruto que así se puede conseguir es la habitabilidad, auténtica finalidad de la arquitectura.

Por eso en virtud de esa tarea y misión, verdadera vocación civilizadora, que constituye la arquitectura, se traspasa del salvajismo al mundo civil y civilizado, o ciudadano. Un magnífico libro que todo amante del arte de Eupalinos -y desde luego los alumnos de escuelas de arquitectura- deberían conocer y gozar.