Image: Los cien días. El final de la era napoleónica

Image: Los cien días. El final de la era napoleónica

Ensayo

Los cien días. El final de la era napoleónica

Dominique de Villepin

21 julio, 2005 02:00

Dominique de Villepin. Foto: Jacques Brinon

Trad. Dinah de la Lama Saul. Inèdita. Barcelona, 2005. 670 págs, 27 euros

El actual primer ministro francés, licenciado en Letras y Derecho, ha dedicado su actividad profesional a la diplomacia y la política, lo cual no le ha impedido desarrollar ampliamente su vocación de poeta y escritor.

Más aún, en un libro como el que nos ocupa, el interés por la historia se une a sus planteamientos políticos, pues, a través de la figura de Bonaparte y el imperio de los Cien Días, lo que nos ofrece es una gran reflexión sobre la historia contemporánea de Francia. El título de la sobrecubierta: Los Cien Días. El final de la Era Napoleónica traiciona un tanto el sentido del título real del libro, más adecuado a los contenidos. El público español puede pensar que nos encontramos ante un libro de historia, cuando en realidad se trata de un ensayo, de finalidad política, a partir del análisis de un periodo muy breve, aunque enormemente intenso, de la historia francesa.

El que no sea propiamente un libro de historia no quiere decir que carezca de interés para cuantos se interesan por ésta. El autor no ha investigado en los archivos ni utiliza una metodología académica, pero conoce muy bien el tema y la principal bibliografía acerca del mismo. Su base principal son las numerosas memorias, correspondencias y escritos diversos de los protagonistas de aquellos años, que le permiten hilar un relato cronológico que comienza con el exilio de 1814 y concluye con el viaje definitivo del emperador hacia Santa Elena. Entre ambos hechos, separados por un año, se incluyen los tres meses que duró "el vuelo del águila", su sorprendente y efímero regreso de Elba, que constituyen el núcleo de la obra. Adorado por el pueblo y el ejército, que le llevaron "en volandas" a recuperar el trono, Napoleón se encontró, sin embargo, con la hostilidad de los realistas y los miembros de las clases privilegiadas tradicionales, así como la frialdad de muchos de los notables y generales que habían sido elevados por él. Tanto los republicanos como los liberales tuvieron también sus reservas, de forma que el emperador nunca llegó a controlar el poder como en la etapa anterior. Pero el mayor problema estuvo en la firme decisión de los aliados, reunidos aún en Viena, de no permitir la vuelta del "Ogro". Todas estas circunstancias, junto a la conspiración de Luis XVIII y quienes se exiliaron precipitadamente con él ante el avance del corso hacia París, impidieron la consolidación de este nuevo imperio que, a diferencia del anterior, deseaba basarse en la paz y el liberalismo. "El drama de los Cien Días -escribe Villepin- reside en el hecho de que nadie quiere creer en la sinceridad de la metamorfosis del emperador".

El autor se interesa especialmente por el análisis de los personajes, lo que le permite repasar las diferentes personalidades del momento, incluidos algunos de los protagonistas ya desaparecidos de la revolución. De entre todos ellos, destaca el retrato bastante favorable de Luis XVIII, que contrasta con el de su hermano y heredero: el conde de Artois, o los muy negativos de Fouché y Talleyrand. Pero hay muchos más: políticos, intelectuales y escritores, mariscales, generales... Personajes y drama que Villepin describe con un estilo colorista y generoso en la extensión, que contribuye a incrementar el volumen del libro.

Se ha dicho siempre que todo biógrafo siente, cuando menos, una cierta inclinación hacia el personaje que estudia. En el caso de Villepin ésta resulta evidente, y él mismo lo deja claro en la introducción, cuando afirma que ni un solo día ha dejado de aspirar el perfume de la violeta, flor del amor secreto que se convirtió en símbolo de la fidelidad a Napoleón. Más aún, las lecturas políticas del libro son evidentes, como lo prueban, por ejemplo, las vinculaciones que se establecen entre el emperador y el general De Gaulle, que compartió con Bonaparte "el sueño de una Francia más grande que los franceses, pionera de una historia transformada por la magia de su ambición, portaestandarte de los grandes ideales colectivos: derechos del hombre, Estado-nación, espíritu de conquista y emancipación de los pueblos y las patrias".