Image: Emilio Romero. El gallo del franquismo

Image: Emilio Romero. El gallo del franquismo

Ensayo

Emilio Romero. El gallo del franquismo

J. M. Amilibia

21 julio, 2005 02:00

Emilio Romero. Foto: C.C.

Temas de Hoy. Barcelona, 2005. 285 páginas, 23 euros

La gran obra de Emilio Romero, uno de los primeros periodistas del franquismo, y sin duda el más influyente, ególatra y cínico, fue "Pueblo", el popular diario de la organización sindical del régimen. Romero acuñó una frase que aún se utiliza en los corrillos profesionales: "Yo no me vendo, me alquilo". Acaso no se vendió, porque supo abrir camino a fórmulas periodísticas y nombres que dejarían huella, entre ellos "gentes de izquierdas". En la caótica retorta de aquella Redacción se hicieron "una banda de golfos y grandes periodistas" que producirían "un inigualable escaparate de monstruos". Amilibia evoca a muchos de ellos "con más afecto del que parece".

Pero "el periodista de Franco" se alquiló, como aceptaba, y lo hizo de continuo, tanto para seducir a coristas y engatusar a académicos en busca de un sillón como para buscar el favor del ministro de turno o castigar con furia a quienes osaban amenazar su poder o disputarle alguna amante.

Amilibia construye una gran crónica en torno a la biografía de un personaje clave del franquismo, merodeando por sus profundos claroscuros. A veces lo hace con el trazo grueso y mordaz de la caricatura, y otras con la agudeza del reportero que no le importa ajustar cuentas con aquel "dios intocable y reverenciado, sinuoso y engreído". A cada paso, Amilibia añade la opinión de algunas voces, con la machacona salmodia de un coro griego, para completar la tragicomedia del gallo que acabó sin espolones ni corral, desquiciado por la demencia senil, arrastrando su ceguera y su desplome hasta 2003. Entre ellas figuran Sara Lezana y Rosana Ferrero, las dos amantes más duraderas del incansable y celoso donjuán del sofá rojo, capaz de declarar en público que "a mí, mi mujer sólo me sirve para cortarme las uñas de los pies".

Romero lo tuvo todo en el periodismo y la literatura de la dictadura, pero como señala Anson, "no queda nada de sus novelas ni de sus obras de teatro". Muerto Franco, el búho conspirador, que tenía "bula" para banderillear y zaherir a su antojo, se queda sólo en un carro "tirado por los viejos bueyes azules de la vieja guardia" y lastrado por el pasado, lo pierde todo. Su soberbia intelectual ni de broma le permitía admitir que aquel "guaperas" que le ayudaba a ponerse el abrigo, el bisoño gobernador de Segovia tan servicial con el príncipe, aquella "Chelito que habían hecho madre abadesa de las Descalzas", fuera capaz de resolver una transición para enterrar un régimen de 40 años. Y con él, el canto de una pluma, como certifica Amilibia, "que fue definitivamente más pavo real que gallo".