Image: El vértigo

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Ensayo

El vértigo

Evgenia Ginzburg

21 julio, 2005 02:00

El Gulag: Construcción del canal entre el Mar Blanco y el Báltico en los 50

Prol. A. Muñoz Molina. Trad. F. Gutiérrez y E. Sordo. Galaxia Gutenberg / Círculo. 857 páginas, 25’50 euros

El británico Robert Conquest (1916) acaba de completar una investigación sobre la represión estalinista en 7 tomos, con más de 1500 documentos secretos de la KGB y del Archivo Federal Ruso. Las cifras son irrebatibles y estremecedoras: 20 millones murieron en la represión y deportación a los gulags, organizados por Stalin. Los documentos secretos prueban además que la represión fue un pretexto para crear un ejército de millones de esclavos y obligarlos a realizar las grandes obras con las que la URSS quería mostrarse como superpotencia.

Pocos desconocen en Occidente el significado de Auschwitz o la denominación de algún campo de exterminio nazi más y, sin embargo, son escasísimos los no especialistas que puedan mencionar el nombre de algún complejo de los que compusieron el Gulag, como Vorkutá, Slovki, Kolimá... Evgenia Ginzburg (1904-1977) pasó casi la totalidad de los 18 años que estuvo prisionera o confinada en este último lugar.

En su obra relata la crónica de su sufrimiento, como la de uno de tantos millones de seres humanos que por allí pasaron, pero también su "escarpado camino interior". Los prolegómenos de los padecimientos de Ginzburg empezaron en 1934, tras el asesinato de Kirov, cuando se abrió la vorágine que dio origen a los grandes procesos. Para ella, una gota de agua en ese mar embravecido, aquello culminó con su arresto el 15 de febrero de 1937, dentro de una de las grandes oleadas de detenciones masivas que se llevaron por delante la vida de tantos militantes comunistas bajo la imputación de ser trotskistas, terroristas o enemigos del pueblo. Acusada de lo mismo, tuvo "suerte", no fue fusilada. La condenaron a diez años de los que pasó los dos primeros en una prisión de aislamiento para, posteriormente, tras un atroz viaje de un mes en un vagón de ganado, ir destinada a la parte más extrema de Siberia, Kolimá. Su vida allí trascurrió en diversos destinos, algunos durísimos, como el de cortar árboles en la taiga a cuarenta grados bajo cero mientras era infraalimentada por no llegar al cupo establecido, hasta servir como enfermera, pasando por situaciones espeluznantes en las que la supervivencia de los más fuertes imponía sus inhumanas reglas. Estuvo muy enferma y a punto de morir en muchas ocasiones, entre tanto a su alrededor perecían numerosas compañeras de campo.

El Gulag, acrónimo de Dirección General de los Campos, dio denominación al sistema soviético de trabajo esclavo que Stalin impulsó para acelerar la industrialización y la explotación de los recursos naturales de las zonas inhabitables de la Unión Soviética, desempeñando un papel central en la economía del país. Precisamente, coincidiendo con la detención de Ginzburg, los campos entraron en un periodo de rápida expansión. Se estima que más de 18 millones de personas pasaron por el sistema. Quien desee conocer con rigor este asunto capital dispone aún de la reciente la traducción de la magnífica obra de la historiadora Anne Applebaum, Gulag. Historia de los campos de concentración soviéticos (Debate, 2004), premio Pulitzer de Historia en 2004.

El título hace alusión a la sensación de absurdo y turbación que para ella presidió toda esta etapa de su vida, siempre expuesta a la arbitrariedad y a la crueldad de la trituradora que desarrolló el Estado soviético en época de Stalin. El libro se basa en sus recuerdos, ya que el principal objetivo que se propuso durante aquellos 18 años fue recordar todo lo posible para escribirlo con el fin de luchar contra la herencia del déspota comunista.

Sin embargo, no sólo se reduce al simple relato de su suplicio, también aparece muy destacada la cuestión de la culpabilidad personal, que produce un sentimiento de vergöenza y arrepentimiento magistralmente analizado en el espléndido prólogo de Muñoz Molina. Frente a aquellos que decidieron olvidar, una vez llegada la desestalinización, Ginzburg había procedido a revisar sus valores a la luz de aquella cruel experiencia, aceptando lo que el padecimiento le había revelado. Nada volvió a ser igual para aquella antigua comunista. Aunque el sentimiento de responsabilidad personal persistió a lo largo de la dura experiencia, Ginzburg sobrevivió con el "alma intacta" debido a que nunca delató, a que supo mantener su espíritu y sensibilidad gracias a la poesía, a la mutua ayuda entre las "delincuentes políticas", a la disposición a socorrer y perdonar y a lo que ella llama espíritu de bondad que, en situaciones extremas, se encarnaba en alguien que, en el último momento, le sacaba de la tumba. En El vértigo, Evgenia Ginzburg cuenta la verdad, más importante cada día, ahora que se descubren impostores que justifican su vileza por una causa que supuestamente está por encima de todo. Ella sostiene el principio elemental de que "la verdad no necesita ser justificada por la adecuación a un bien superior. La verdad es la verdad y nada más. Debe ser servida, no servir".