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Ensayo

Consejos a un escritor

Antón Chéjov

1 septiembre, 2005 02:00

Antón Chéjov

Trad. Jesús García Gabaldón y Enrique Piqueros Cuadros. Fuentetaja. Madrid, 2005. 176 págs, 19 e.

El centenario de la muerte de Chéjov nos ha regalado numerosas reediciones. Además de la de sus Cuentos completos o sus Cartas, vale la pena destacar Unos buenos zapatos y un cuaderno de notas (Alba), en la que, a partir de lo narrado por el dramaturgo ruso sobre su visita a la isla de Sajalín, Piero Brunello ofrece "un prontuario de consejos basados en el modo en el que Chéjov llevó a cabo la investigación sobre la isla de los deportados".

"A grandes rasgos, éste es mi currículo: la medicina es mi legítima esposa; la literatura la ilegítima". Antón Chéjov (1860-1904) gustaba de expresarse así, con suma brevedad, e hizo de ello un arte.

Por fortuna, un buen amigo suyo, Gorki, añadió contenido a la descripción del currículo diciendo que "Chéjov camina por la tierra como un médico por el hospital; hay muchos pacientes, pero no hay medicinas, y, además, el médico no está seguro de que las medicinas sirvan para nada". La biografía del renombrado escritor ruso rebosa de episodios difíciles. La familia procedía de Taganrog, un puerto en el mar de Azov, donde su abuelo fue esclavo. Su padre tenía una tienda de ultramarinos cuando nació Antón. Tras la ruina paterna huyen a Moscú y comienza los estudios de medicina. Para que la familia pudiera comer caliente todos los días, se dedica a escribir centenares de cuentos y esbozos en revistas humorísticas. Compaginó la medicina y la literatura. Vivía cerca de Moscú, y pronto se hizo famoso, ganando el premio Pushkin de literatura, que otorgaba la Academia rusa, en 1888. La tuberculosis le hizo mudarse a Crimea y a partir de 1900 vivió en Yalta, siendo vecino y amigo de Tolstoi y de Gorki. Otro episodio destacado de su vida fue el viaje a la isla de Sajalín, donde se enviaba a los convictos. Su interés por las condiciones de vida de los desheredados y por su destino le permitió escribir sus mejores cuentos y un volumen que acaba de reeditar Alba, La isla de Sajalín. Lo visto allí y las experiencias propias le llevaron a aceptar que la naturaleza humana es imperfecta, muy en la veta de los grandes escritores, cuyo icono es Shakespeare, de fuerte sabor realista. El éxito de sus relatos cortos y de sus obras teatrales le convirtieron en una figura respetada. Sus cartas, de las que en este volumen tenemos buena muestra, atestiguan sus buenas relaciones con intelectuales de su tiempo y de su agudeza crítica.

Su definición del cometido del escritor resulta meridiana. Debe actuar, dice, como un químico, para quien ningún producto de la tierra resulta impuro, y añade, incluso "las pasiones ruines son tan inherentes a la vida como las buenas" (pág. 103). Para él la literatura debía buscar la realidad y representarla con la mayor verdad posible. No creía en la posibilidad de que una obra de contenido fuerte pudiese hacer daño al lector, porque "al fin y al cabo ninguna literatura logra sobrepasar el cinismo de la vida real, con una copa no vas a emborrachar a quien ya se bebió un barril" (pág. 102).

Los cuentos de Chéjov han tenido siempre éxito en España -recuerdo el tomo Narraciones, de Biblioteca Básica Salvat, que a comienzos de los 70 fue muy leído-, y sus dramas son representados con una cierta regularidad, pienso en El jardín de los cerezos o El tío Vania. Sin embargo, aunque citas y partes de su abundante correspondencia eran ya conocidas, este tomo antología de cartas literarias suyas nos presenta a un Chéjov desconocido, un profundo conocedor de los resortes del relato y del drama.

Entendemos por qué era un maestro de lo breve, pues insiste en diversas cartas, dirigidas a su hermano, a su editor, en que hay que cortar y re-escribir. La literatura, repite incansable, es un trabajo, el de revisar y pulir. Añade que el yo no hace falta para nada en esta empresa. Lo mejor es describir lo que vemos, lo estudiado en otros. La prisa y la falta de observación son los enemigos naturales del artista novel. Los personajes, comenta, no llegan a la mente del creador como las olas del mar llegan a la orilla. Son siempre el "resultado de la observación y del estudio de la vida" (pág. 72). Quien crea que la tarea es sencilla se equivoca, es tan complicado como confeccionar un frac de un uniforme viejo de soldado. Y hablando de confección, le preocupan los finales. Se queja de la falta de originalidad de los propios y de los ajenos. Lo fácil es que los protagonistas se casen o se peguen un tiro. Chéjov fue un gran artista, consciente como pocos de su arte. Sus consejos merecen ser atendidos.