Franco frente a Churchill
Enrique Moradiellos
1 diciembre, 2005 01:00Franco y Churchill
A los treinta años de la muerte de Franco no proliferan sólo los libros que hacen balance de su figura, sino otros muchos que abordan aspectos específicos del franquismo como sistema político. En este caso nos ocuparemos de sus relaciones internacionales durante la II Guerra Mundial.
También contra otro mito franquista, el de la neutralidad española durante la guerra mundial, se dirige la obra de Vilanova, que lleva el equívoco título de El franquismo en guerra. Es obvio que esa acuñación sólo puede entenderse en sentido simbólico o como expresión de un ideal que no llegó a hacerse realidad. Esto último, argumenta el autor, no fue porque le faltaran ganas a los políticos y a los ideólogos del régimen. Sobre la base de que la publicística de la época reflejaba "lo que pensaba el núcleo duro del poder franquista", Vilanova examina los artículos que aparecieron en la prensa (básicamente catalana) de comienzo de los años 40, toda ella no ya sólo favorable al Eje, sino entusiasta del nuevo orden mundial que se estaba imponiendo manu militari. Si a nivel meramente empírico el estudio es irreprochable (refleja la exaltada ideología del momento), desde un punto de vista más profundo podríamos recordar que una cosa es la retórica y otra muy distinta la política real. Y no tenían por qué coincidir una y otra.
Decir que Franco era favorable a las potencias fascistas y que prefería la victoria de éstas frente a las decadentes democracias y, no digamos ya, frente a la bestia soviética, es recalar en lo obvio. La cuestión, como demuestra Moradiellos en su excelente obra, es otra: por qué Franco no entró en la guerra. Y es aquí donde aparece el premier británico, aunque el título del libro de Moradiellos (Franco frente a Churchill) se queda corto, porque su estudio va mucho más allá de esa contraposición personalista. Más aún, ni siquiera es el general español quien lleva la iniciativa frente al líder inglés sino al revés, son los británicos quienes tienen la sartén por el mango y, en función de sus intereses nacionales, maniobran con inteligencia mediante el uso del palo y la zanahoria para que España no termine alineándose con el gran enemigo alemán. Todo esto no significa que Churchill fuera la única razón para la no-beligerancia española: es cierto que a Franco no le faltaban ganas de participar, pero no es menos cierto que la situación calamitosa del país y la vulnerabilidad ante un posible ataque aliado hicieron que se impusiera su "pragmatismo cauteloso" en forma de tensa espera.
Por último, el libro de Wigg coincide con el de Moradiellos en poner en un aparente primer plano a las dos figuras que acabamos de mencionar, pero aquí Churchill y Franco quedan hasta cierto punto eclipsados por el embajador británico Samuel Hoare. Aunque fracasara en algunos de sus objetivos en España (como la alternativa monárquica), el autor considera que el embajador fue una figura fascinante, sobre todo si lo comparamos con su jefe político, al que sólo le movían los intereses estratégicos del imperio británico: Wigg critica a Churchill por desentenderse de la democratización de España. Es una postura que podemos agradecer éticamente pero que refleja poco realismo político.