Ensayo

Tratado de ateología

Michel Onfray

16 febrero, 2006 01:00

Traducción de Luz Freire. Anagrama, 2006. 249 páginas, 16 euros

Me impongo la reseña de este libro porque he comprobado que es cierto lo que anunciaron los editores: que venía envuelto en polémica. Ahora leo que se han vendido 150.000 ejemplares. Sean o no tantos, ése es el hecho.

El libro de Onfray desarrolla un razonamiento que sigue estos pasos: (1) en la primera página, transcribe una larga cita de Nietzsche donde se dice que dios, el libre albedrío, el instinto y otros conceptos claves son invenciones para someternos; (2) Onfray advierte que, contra lo que creemos, en la cultura post moderna no se ha superado ese sometimiento; puesto que señuelos como el de libertad, autoridad, justicia, propiedad y otros forman parte de esos conceptos que se crearon en su día para someternos; (3) según Onfray, el fundamento de todos estos conceptos sigue siendo dios. Por tanto (4), la clave está en que no hemos conseguido liberarnos de la religión (de toda religión). Se supone (5) que hay que liberarse de la religión y así nos podremos liberar, de veras, de la propiedad, de la justicia y demás conceptos que nos encadenan.

¿Cómo y para qué? ésos son los problemas que Onfray no resuelve (ni siquiera se plantea): cómo me puedo liberar (o sea: obtener la libertad) sin libertad; para qué quiero liberarme si liberarme consiste en encadenarme a la libertad; cómo puedo escapar del concepto de libertad. ¿Simplemente viviendo? O sea ¿viviendo sobre la base de negarme continuamente a distinguir entre libre albedrío e instinto? ¿Para qué? ¿Para ser más feliz (renunciando a vincular la felicidad con la libertad, por lo tanto)? El problema es que Onfray no transcribe otra frase reveladora de Nietzsche (que digo de memoria pero que es casi literal): necesitamos tener amigos y dioses para hacer soportable la vida, que es algo, por sí solo, insoportable.

Es por eso por lo que no veo que el libro de Onfray lleve a ninguna parte. Desde hace muchos años, cuando se anuncia un best-seller, sigo una táctica que me ahorra muchísimo tiempo: me meto en Internet. A los treinta minutos, sé perfectamente de qué trata el libro, cuál es su argumento, si aporta algo y cómo arguyen a su favor o en contra personas internautas que ya lo han leído. Con eso, ya sé perfectamente si me interesa o no dedicarle el tiempo que puedo dedicar a otro libro. En este caso, he leído el libro de Onfray única y exclusivamente por ustedes, los lectores de El Cultural. En los mismos días, he leído también el de Juan Arana -filósofo de la universidad de Sevilla que viene publicando cosas cada vez más claras y, al tiempo, enjundiosas- Los filósofos y la libertad (Editorial Síntesis, 2005) y he pensado si no sería bueno, ante el libro de Onfray, aconsejar a los editores españoles que, en vez de apresurarse a traducir el último best-seller francés, aconsejen a los editores franceses que vayan empezando a traducir los muchos libros españoles que valen la pena. Juan Arana habla también de Nietzsche pero de muchos más, y desgrana con claridad meridiana los (enormes) problemas que plantea saber cómo somos libres, aunque efectivamente lo seamos, y, filósofo a filósofo, explica lo que cada cual ha conseguido aclarar, lo que no ha aclarado y lo que incluso ha oscurecido. Ese libro me ha hecho pensar. El de Onfray, no.