Ensayo

Adolfo Suárez y el bienio prodigioso

Manuel Ortiz

30 marzo, 2006 02:00

El rey felicita a Suárez, Doctor Honoris Causa por la Polítecnica de Madrid (1998)

Planeta. Barcelona, 2006. 287 páginas, 21 euros

No faltan personas que, en estos días, tienen la impresión de que se está cerrando un ciclo constitucional que se abrió a comienzos del verano de 1976, con el ascenso de Adolfo Suárez (1932, Cebreros) a la presidencia del gobierno español.

Parecía llegar entonces a lo más alto la trayectoria de un político profundamente vocacional que, desde mediados de los años cincuenta, desarrolló una carrera dentro del Movimiento Nacional, de la mano de Fernando Herrero Tejedor. Un puesto decisivo en esa trayectoria sería el de director general de Televisión Española, desde el que estableció una buena relación con el futuro rey Juan Carlos, con el que compartía un cierto sentido generacional común a otros españoles que, aunque habían servido al régimen de Franco, coincidían en la necesidad de acometer la implantación de una democracia, homologable con las del entorno europeo, tras la muerte del general. Para esa tarea se había mostrado incapaz Carlos Arias Navarro, el último jefe de gobierno nombrado por Franco.

Los logros de ese primer gobierno de Suárez, que había sido acogido con un generalizado recelo, resultaron deslumbrantes y el autor no se deja cegar por la pasión de amigo -y también de coprotagonista de algunos de ellos- cuando califica de bienio prodigioso los dos años que llevaron a la aprobación de la Constitución de 1978, después de un referéndum arrollador. Detrás quedaba la normalización de la vida política española con la legalización de viejas organizaciones de izquierdas, como el PSOE y el PCE, la institucionalización de un gobierno autonómico en Cataluña con la presencia de Tarradellas y, sobre todo, la celebración de las elecciones democráticas del 15 de junio de 1977, que fueron las primeras elecciones libres que se celebraban en España desde febrero del 36. El inicial dilema entre reforma y ruptura política parecía haberse saldado a favor de la primera, pero la reforma era tan profunda que bien se podría hablar de una ruptura consensuada, y los resultados debían mucho a Suárez que, como señala Alfonso Osorio en su breve pero intencionado prólogo, "era un hombre modesto… cuya ambición consistía en hacer, sin herir, sin molestar, sin zaherir, sencillamente lo que tenía que hacer: llevar a España de un régimen autoritario a un régimen democrático".

El proceso resultó fascinante, dentro y fuera de España, y ha atraído la atención de historiadores y politólogos, a los que hay que añadir testimonios de periodistas y políticos que se han acumulado en un número como no se había visto nunca antes. Incluso son numerosas las biografías y semblanzas de Suárez, como las de Carlos Abella, que acaba de ofrecer una reedición prologada por Raymond Carr (Espasa), José García Abad, Charles Powell, Victoria Prego, o la de Abel Hernández, que han matizado la despiadada imagen que ofreciera Gregorio Morán, cuando Suárez aún estaba en el poder.

Pero falta el testimonio del protagonista y su actual estado de salud no hace previsible que se vaya a conocer nunca. De ahí que Manuel Ortiz, que trabajó muy cerca de Suárez en la subsecretaría de la Presidencia durante aquellos años, haya tomado sobre sí la tarea de testimoniar lo que fue aquella imponente obra de gobierno. En la tarea ha contado, además, con la ayuda de otros colaboradores muy cercanos de Adolfo Suárez como fueron Rafael Ansón, Andrés Cassinello, Ignacio García López, José Luis Graullera y Eduardo Navarro. El testimonio de este último sobre los años de Suárez en el Colegio Mayor Francisco Franco es muy interesante.

El libro, que es casi un diario de aquel periodo, no contiene ninguna revelación sensacional -tan difícil a estas alturas- pero tiene el atractivo de la visión "desde dentro", como cuando relata la primera entrevista de Adolfo Suárez y Felipe González, en casa de Rafael Ansón, o la rápida reacción del presidente español a la actitud desconsiderada de Giscard d’Estaing. Manuel Ortiz ha ofrecido, en definitiva, un excelente instrumento para conocer mejor unos años en los que tanto se hizo por asegurar la convivencia democrática de los españoles.