Ensayo

Viajando con los Rolling Stones

Robert Greenfield

30 marzo, 2006 02:00

Traducción de J. M. álvarez Flórez. Anagrama. 2005. 343 páginas, 15 euros

Tal vez porque la posmodernidad no ha llegado ni a la poesía ni a la música popular ,"los Rolling Stones llevan treinta años haciendo el ridículo", según Agustín Fernández Mallo. Es sólo una opinión entre otras, pero Capote la suscribiría.

En la gira de los Rolling por EE.UU. del año 72, inmortalizada por Robert Greenfield en este libro mítico publicado en 1982 y ahora reeditado, la revista Rolling Stone intentó enrolar a Capote. El famoso escritor casi pica, pero se apeó del tour sentenciando que Jagger y sus chicos "son gente evanescente sin la menor importancia". Diego A. Manrique, en el prólogo, escribe que el autor de Música para camaleones "no se luce como profeta". En efecto, Capote se atrevió a intuir que en tres años los Rolling no existirían, pero 35 años después congregan a millones de espectadores en Río de Janeiro.

El libro de Greenfield no es una hagiografía ni un intento de hacer de los Rolling algo respetable. Incluso detestando a los Rolling tenemos que reconocer las virtudes de este extraordinario reportaje, una lección de agilidad, oído y voracidad informativa. Más que de los Rolling, Greenfield nos habla de una época crucial, cuando el negocio del rock en directo empieza a transformarse en una industria que mueve millones. Como señala Manrique, nadie sabe en 1972 que los Stones se convertirán en la "más fabulosa máquina de hacer dinero". Después de Greenfield, ningún periodista ha estado tan cerca de los Rolling. Greefield escribe con admiración, pero sin renunciar a la crítica amable: señala el mercantilismo de la gira, y sabe ridiculizar la mitomanía de los fans, ésos que se acercan a Jagger con la convicción de que "el maestro" les revelará el misterio, resolverá la pregunta. Sobre todo, describe magistralmente los ambientes de devoción, histeria y violencia generados en torno al espectáculo. Y los entresijos de la gira: seguridad, publicidad, logística, escenografía… Tras la desastrosa gira por EEUU del 69, con los incidentes de violencia en Altamont (San Francisco) esta gira doblemente larga del 72 se diseña con gran preocupación por la seguridad, puesta en manos de Peter Rudge. Jagger viaja armado y dos guardaespaldas negros custodian su habitación en cada hotel. Donde Greenfield brilla especialmente es en la descripción de personas. Wyman, el bajista, "tiene una maravillosa cara de palo Buster Keaton", Richard "ha añadido una especie de cresta dorada de escarcha a una lado de su escalonado pelo corte alcachofa". Habla de los "grandes ojos lastimeros que transforman lo que podría ser una cara de vampiro en algo agradable" de un tal Hopkins. Jagger tenía sólo 30 años y ya sabía exactamente lo que le convenía. Ahí está.