Ensayo

Jesús y Yahvé. Los nombres divinos

Harold Bloom

13 abril, 2006 02:00

Harold Bloom. Foto: Albert Olivé

Traducción de Damián Alou. Taurus. Madrid, 2006. 242 páginas, 20 euros

Visto y no visto, nada más aparecer en castellano, el último libro de Harold Bloom ya figura entre los más vendidos. Y es lógico que así sea porque el prestigio de Bloom como ensayista es más que notable. Justificadísimamente notable; su estilo literario es agilísimo.

También tiene una muy aguda inteligencia para la crítica literaria y crea un orden argumental que continuamente sorprende al lector con sesgos y felices ocurrencias que suscitan en uno mismo la impresión -acertada- de que ha entrado en un reto a su propia capacidad de razonar y quebrar y recomponer continuamente el hilo lógico.

Quizás eso haya bastado para abrirle las puertas de los lectores europeos pese a que su erudición es anglosajona hasta un grado excluyente. En este libro no hay quizá ni una sola mención de un libro que no sea inglés o norteamericano. Incluso de los poquísimos autores que menciona y no son anglosajones, omite el título en que acaso se funda para mencionarlo. Y eso tiene un precio: con cierta frecuencia, atribuye a autores anglosajones tesis que son, en puridad, repeticiones o glosas de las de autores de otras lenguas. En un libro como éste, por ejemplo, que trata de Yahvé, atribuye el análisis lingöístico de ese nombre hebreo a un anglosajón de 1949 que, a la fuerza, tuvo que beber en el abrevadero de la exégesis bíblica francófona y alemana de toda una centuria anterior. No es este último comentario fruto de un mero prurito de erudición. Esa unilateralidad de las fuentes le lleva a sostener, como originales, tesis que se discuten desde hace casi un siglo o más de un siglo, algunas de las cuales ya no tienen la fuerza de antaño: la viejísima afirmación de que el cristianismo fue una creación de san Pablo, la distinción bultmanniana entre "el Jesús de la historia" y "el Cristo de la fe", la subyacente datación de los evangelios, etcétera, no son propuestas de autores anglosajones de la segunda mitad del siglo XX, sino que tienen más años que Matusalén y han dado pie a un larguísimo debate en el que las cosas no han quedado tan claras como supone Bloom. El autor, sin embargo, tiene un cuarto recurso literario de primer orden, y es que expone esas hipótesis no sólo como anglosajonas, sino como tesis "establecidas", incluso empleando este verbo, sin asomarse siquiera no ya al debate de los especialistas, sino a la mera advertencia de que ese debate existe. Su ensayismo es acusadamente apodíctico, agilísimamente dogmático.

La tesis del libro es sencilla y apasionante: no hay continuidad entre Yahvé y Jesucristo. Yahvé es el verdadero Dios de los judíos y Jesucristo no es fruto de la creencia de algunos judíos en que es no sólo el Mesías sino Dios Hijo. Yahvé -explica Bloom- era un dios extremadamente simpático, y tan humano que ni por asomo tenía la ocurrencia de hacer las cosas por amor, como el bueno de Jesucristo, en tanto que Jesús fue un judío de tantos a quien otros judíos helenizados -san Pablo el primero- convirtieron en Dios. Es, por tanto, un producto de la influencia de la cultura griega en la judía. No hay prueba de ello pero, según los argumentos de Bloom, no puede haberla; porque es imposible conocer al "Jesús histórico". O sea que estamos en un callejón sin salida o, mejor, cuya mejor salida es divertirse con las ocurrencias del humanísimo Yahvé.

Bloom, en el libro, se declara agnóstico de formación judía; aunque, quizá sin darse cuenta, esta afirmación va matizándose progresivamente hasta parecer que nos quiere decir que es un judío -de religión yavista- que no se pregunta si cree o no cree en Yahvé, porque lo que realmente le atrae y divierte es la personalidad de Yahvé que el mismo Bloom es capaz, con su agudísimo análisis, de deducir de la Biblia. Al cabo, se impone en él el notable crítico literario que es, y no el exégeta que no es, ni tampoco el creyente. Más bien aflora una intensa creencia en su tradición familiar como estética en la que vale la pena zambullirse. Eso sí: es visible que le molesta que haya muchos norteamericanos que no sólo creen en Jesucristo Dios, sino que se consideran amados por él, cosa que nunca haría Yahvé, según Harold Bloom. Explícitamente mencionado, el fundamentalismo cristiano protestante made in USA (a la cabeza, Bush) lo convierte en coartada para que Yahvé ajuste cuentas con Jesucristo.