Ensayo

Inmadurez. La enfermedad de nuestro tiempo

Francesco M. Cataluccio

20 abril, 2006 02:00

Traducción de María Condor. Siruela. Madrid, 2006. 228 págs, 22 euros

Son muchas y bien dispares las fórmulas empleadas hoy para expresar el sentimiento de descontento con la época que nos ha tocado vivir. Pero si hay una que goce de amplia aceptación es la que alude a la falta de madurez y responsabilidad cada vez más apreciable en diversos ámbitos de nuestra sociedad.

Esto, sin embargo, no convierte sin más redundante a un libro como el del editor y estudioso de la literatura Francesco M. Cataluccio. Su obra se distingue, en primer lugar, por la amplitud de esta caracterización de la inmadurez como enfermedad de nuestro tiempo; y, en segundo término, por la profusión de análisis de detalle, encaminados a mostrar cómo ha ido extendiéndose y radicalizándose el culto a la infancia a lo largo del siglo XX. Cierto es que su diagnóstico inicial, por consabido, no se presenta tanto como una tesis a demostrar cuanto como una evidencia a ratificar, lo cual hace que se resienta no sólo la reconstrucción histórica de los antecedentes de semejante actitud, sino también su aplicación, demasiado expeditiva a veces, a fenómenos culturales como las vanguardias artísticas: Cataluccio simplifica al considerar que el origen de esta visión mitificada de la infancia reside en la religión cristiana del Hijo, al igual que cuando establece una asociación inmediata entre irracionalismo y valoración positiva de la niñez. Pero luego, en el curso de su desarrollo, su tesis gana precisión e interés mediante el comentario de un extenso abanico de obras literarias y artísticas, que explican cómo la ecuación niños=bien, adultos=mal se ha ido adueñando del escenario moderno, también del movimiento progresista, conforme han ido perdiéndose los puntos de referencia del pasado.

Editor italiano de obras de Gombrowicz y de la versión teatral del Peter Pan de James Barrie, Cataluccio ve en estos autores, así como en el psicoanálisis, una puesta en entredicho de esta inmadura respuesta a la gran crisis de la figura del Padre, anunciada en la modernidad y consumada en nuestra época. A su juicio, la imposición del niño como paradigma ideal ha fomentado el ascenso de una personalidad obsesionada por mantenerse joven, que mira a la madurez como sinónimo de conformismo, de rebaja de los matices posibles del cultivo de la propia identidad, y preconiza la felicidad de una vida carente de obligaciones. Nos escandalizamos ante esta juventud nuestra de la irresponsabilidad cívica, pero el gran imaginario destilado por nuestro mundo no inculca otra cosa que la voluntad de no crecer que rinde culto al "maltratado niño-que-hay-en-nosotros". El mito romántico del origen, las figuras de El Principito o la Lolita de Nabokov, el 68 y el rock, la disipación psicodélica de los hippies y la eterna adolescencia de los baby-boomers desfilan por este espléndido libro, convirtiéndolos en indicadores de una seria llamada de atención: este mundo de niños perdidos es caldo de cultivo para nuevos totalitarismos, donde la rebelión contra el padre es sustituida por la rendición al grupo de coetáneos, al que el adolescente no sabe resistirse. Sólo una reflexión madura nos permitirá escapar de esta tierra de Nunca Jamás.