La ruptura. Hemingway, Dos Passos y la muerte de Antonio Robles
Stephen Koch
27 abril, 2006 02:00Hemingway y Dos Passos, a mediados de los años 30
La sinuosa relación entre John Dos Passos y Ernest Hemingway (Dos y Hem en adelante, según la abreviatura familiar que se reitera en estas páginas) presenta ingredientes sugesti-
vos: dos genios unidos y separados por amistad, rivalidad y mutua admiración, por celos y traiciones, aventuras y compromiso político.
Con el casual encuentro en tren en 1916 entre Dos y Robles arranca el libro. Pero no nos engañemos: pese a ese comienzo y pese al subtítulo, a Koch sólo le interesa Robles como catalizador de la mencionada ruptura entre los dos escritores. Más aún, el escenario (España) y el momento (la guerra civil) sólo cuentan como ámbito o decorado del verdadero conflicto, que no es la contienda fratricida, sino los desencuentros entre los novelistas. Salvando las distancias, la perspectiva de Koch recuerda aquellos relatos o películas que sitúan una pequeña trifulca entre civilizados occidentales en escenarios exóticos y desgarrados porque es más excitante.
Poco hay en común por tanto entre este libro y el recientemente aparecido de Martínez de Pisón sobre el caso Robles (Enterrar a los muertos). Es verdad que, pese a los intereses divergentes, ambos autores coinciden en un aspecto esencial, la denuncia de las maquinaciones estalinistas y los crímenes que cometen los soviéticos con el be-neplácito o inhibición de las autoridades españolas. Al fin y al cabo, el caso Robles fue un eslabón más de ese planificado "gran terror", sólo más conocido porque afectaba indirectamente a un escritor de fama mundial como Dos Passos. Pero también aquí hay una diferencia fundamental, que ya explicitó Pisón en su momento al marcar distancias con una obra anterior de este autor (El fin de la inocencia): mientras que el español pro-cura ceñirse a los datos contrastados, Stephen Koch mantiene una versión conspirativa de la historia según la cual Stalin en persona maneja maquiavélicamente todos los hilos.
¿Quién podría negar a estas alturas el tremendo poder y la eficacia de la bien engrasada maquinaria estalinista, con sus múltiples tentáculos, en la represión, control y propaganda dentro y fuera de la URSS? Pero el problema es que Koch, con su denuncia bienintencionada, pretende reconstruir hechos y comportamientos a partir de indicios o conjeturas y, lo que es más grave, con sus esquemas maniqueos, cae en simplificaciones inaceptables, tanto al tratar de las personas como de las complejas vicisitudes políticas.
Así, la alusión a la defensa de Madrid, con las brigadas internacionales como el rescate del Séptimo de Caballería resulta risible (p. 84), como la descripción de la Plaza Mayor evocando autos de fe (pp. 214-216). Cuando se habla de las autoridades españolas, es para enfatizar sin matices que son instrumentos o marionetas de los rusos (Negrín, álvarez del Vayo, Miaja) y, cuando no es así, son víctimas de los mismos (Nin). Peor aún queda la cosa cuando el autor se atreve a hablar en general de España o del panorama político en la zona republicana. Se nota que Koch no es experto en la guerra civil, pero aún menos sabe de la nación en su conjunto, a la que mira desde la óptica romántica y estereotipada de Dos y Hem.