Image: Pasiones frías. Secreto y simulación en el Barroco español

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Ensayo

Pasiones frías. Secreto y simulación en el Barroco español

Fernando R. de la Flor

4 mayo, 2006 02:00

Detalle de la Rendición de Breda, de Velázquez

Marcial Pons. Madrid, 2006. 336 páginas, 21’50 euros

Fernando R. de la Flor es uno de esos raros especímenes que aún se encuentran, por fortuna, en el mundo académico, caracterizado al tiempo por su capacidad interdisciplinar, la agudeza y profundidad de sus planteamientos y la brillantez de su discurso.

Filólogo de profesión, conoce también otras materias relacionadas con la suya, y especialmente la historia y el arte, lo que le ha permitido penetrar como nadie en la difícil tarea de interpretar la cultura simbólica barroca, manifiesta a través de textos literarios, emblemas o imágenes. Sus libros y estudios precedentes mostraban ya su aguda percepción de las complejidades del aquel periodo histórico, decisivo para la formación del yo individual y el hombre moderno, y que tuvo en España una especial particularidad, coincidente con el apogeo cultural del Siglo de Oro, el auge de la Contrarreforma -de tan notable protagonismo hispano- y los comienzos -también, posteriormente, la confirmación- de la decadencia de ese gigante político que fue la Monarquía Hispánica, que aportó un matiz especial de desencanto y pesimismo a una cultura basada ya de por sí en el desencanto del mundo, tras la crisis de las visiones más optimistas propias del Renacimiento.

Como indica el propio autor, su objetivo no ha sido estudiar la estructura histórica del barroco hispano, sino su imaginario, el territorio de su psicología, el yo barroco, en una fase en la que "el crecimiento estructural de la autoconciencia sitúa una barrera clara entre el yo y los demás, entre la subjetividad y el mundo exterior que ésta percibe". El acertado título del libro nos introduce ya en las cuestiones sobre las que se centra. La frialdad de las pasiones, ocultas siempre en el alma; la represión de los sentimientos, la disimulación, la creación de artificios externos, máscaras que esconden la realidad de un alma encerrada, guardada, temerosa de quedar expuesta a los peligros del mundo. La represión del amor -que es debilidad-, la sublimación de las pasiones, que permite formar un hombre capaz de controlarse a sí mismo, y de ofrecer (simular) a los demás la imagen conveniente, la más adecuada para su interés y el éxito social, para el triunfo en el mar proceloso de la corte, o para atraerse al otro como la araña, atrapándole en sus redes, tal como plantea la seducción jesuítica. La exaltación de la prudencia, el silencio, el secreto. La omnipresencia del laberinto como símbolo del mundo, la política o la corte. La concepción del corazón como la víscera metafísica, la vinculación del cuerpo al alma, así como el último reducto de la verdad escondida. La transparencia, sin embargo, de dicho órgano de cara a la divinidad. La sobrevaloración de una vida ulterior de verdad y recompensa, pero también la huella de las primeras dudas sobre la existencia de algo más allá de la muerte. La complacencia en la descripción de los despojos humanos, la celebración exagerada y morbosa de lo fúnebre, en una época en que la que el mundo se percibe como engaño, incluso para los ojos, como muestran las aberraciones de la óptica -que tanto desarrollo tuvo en aquel siglo- o la eclosión plástica de los trampantojos.

El resultado es un libro extraordinario -uno de esos que a cualquiera nos gustaría haber escrito- en el que los amplios conocimientos literarios del autor se combinan con los que posee sobre los emblemas -a los que ya dedicó un libro en el año 1995-, el arte -en especial la pintura- o la historia de aquel dilatado periodo. De entre los muchos autores en los que se basa, un protagonismo especial le corresponde a Baltasar Gracián -estudiado también anteriormente en otros destacados trabajos suyos-. En fin, la selección y reproducción de buen número de emblemas, frontispicios de libros, e imágenes diversas, a las que se alude en el texto, contribuye a realzar su interés, lo mismo que el cuidado lenguaje del autor, cuyo conceptismo le hace en ocasiones difícil, aunque se adapte perfectamente al tema que analiza.