Ensayo

Pío Baroja a escena

Miguel Sánchez-Ostiz

18 mayo, 2006 02:00

Baroja, por Álvaro Delgado

Espasa. Madrid, 2006. 552 páginas, 28’90 euros

"Con inventariar las contradicciones, los olvidos, los escamoteos o las mentirijillas […] no ganamos nada". Eso dice el autor de este libro en su última página. Lo que, llevado a una aplicación estricta, hubiera imposibilitado la redacción de las más de quinientas que anteceden.

Y es que, para un biógrafo, la vida de Baroja es un monumental rompecabezas cuyas piezas son muy difíciles, si no imposibles, de casar. Sánchez-Ostiz diagnostica perfectamente el estado de la cuestión al señalar la enorme contradicción que existe en la base misma de la escritura barojiana: teniendo ésta un evidente fundamento autobiográfico, la intimidad del autor resulta constantemente escamoteada. Sobre todo, en las páginas dedicadas a la autobiografía explícita. En ellas, Baroja queda muchas veces mejor retratado en sus silencios o en sus manifiestas inexactitudes, que en lo poco verificable que cuenta sobre sí mismo. Por el contrario, muchos de estos rasgos escamoteados o disimulados nutren los caracteres de sus contrafiguras en la ficción. Y muchas de las anécdotas que les suceden a éstos son fieles trasuntos de las vividas por el propio autor.

He ahí la tesis de este libro: Baroja jugó toda su vida a ponerse en escena, literaria y socialmente, y ese esfuerzo ingente deja traslucir, en numerosas ocasiones, un fondo irreductible de insatisfacción, decepción y descontento, no por poco fundamentado menos real para quien lo padeció. Esta actitud parece el acicate que le impulsa a poner en pie un "obrón" -es la palabra que emplea el biógrafo- casi inabarcable, en el que no han hecho mella ni la beatería de los "barojianos" declarados ni la sospechosa inquina de los muchos detractores que al autor vasco le han ido saliendo con los años.

Y quizá lo más llamativo de este libro tan barojiano (lo es en su redacción misma, en su mezcla de erudición y diatriba, en su manera de escamotear los pronunciamientos directos) sea que su autor evite identificarse, abiertamente al menos, con cualquiera de los dos bandos en liza. Para Sánchez-Ostiz, la mayor parte de la pólvora gastada por unos y otros obedece al peculiar impulso hispánico de negar merecimientos, apropiarse de las aportaciones ajenas y evitarse la molestia de acudir a las fuentes y cotejar los datos. Lo que es también una muy barojiana afirmación de falta de sintonía con el entorno, de desacuerdo permanente, de perplejidad. Por más que no falten, como es de rigor, decenas de discretos reconocimientos a la labor más o menos oscura de los muchos que se han ocupado por lo menudo de las cuestiones barojianas.

No es éste, por tanto, un libro conclusivo, sino más bien una monumental constatación del estado de la cuestión. Eso sí: lo bastante apasionada como para que el lector, un tanto abrumado ante la cantidad de asuntos por dilucidar, acuda a las páginas del propio Baroja, si no para aclararse, sí al menos para tranquilizarse ante el hecho incontrovertible de que la obra (el "obrón") nada pierde con ello. Todo lo contrario.