Ensayo

Anton Chéjov

Natalia Ginzburg

25 mayo, 2006 02:00

Anton Chéjov

Traducción de Celia Filipetto. Acantilado. Barcelona, 2006. 83 págs, 9 euros

A Chéjov, como a sus personajes, hay algo que no le permite ser un ser sencillo. Demasiados silencios, demasiada leyenda o demasiada obviedad. Chéjov escribió que "lo más importante de la vida sucede entre bastidores", esto es, en la intimidad, en lo que apenas se debe confesar.

Y, sin embargo, en alguien como él es imposible no ver esa confesión a media voz sobre su extremada conciencia de la desgracia, su extremada conciencia del dolor y de la muerte, de la tragedia en que consiste vivir. Lejos de una vida feliz, de una vida plena fue una criatura acuciada por las complejidades familiares, las relaciones amorosas y por la falta de salud, lo que le hizo un hombre de buenas intenciones vitales pero al que la vida siempre sorprendía con una carta escondida en la manga. Y siempre para mal.

Difícil, por eso, escribir sobre alguien así, difícil incluso despojar su vida de determinados mitos y darnos un retrato veraz. Y sin embargo eso es lo que consigue Natalia Ginzburg en esta biografía de Chéjov que es plenamente chéjoviana. En este relato bellísimo, triste y trágico que se lee como una novela. Ginzburg hace un recorrido canónico por esta vida, aparentemente desapasionado pero donde bullen todos los fantasmas y misterios del escritor ruso.

Al igual que Chéjov Natalia Ginzburg actúa por sugerencia pero sin desdeñar las dimensiones de esa tragedia. Una tragedia que se lee entrelíneas, o que si es revelada se hace sin exagerar ningún elemento dramático. A Tangarong, el pueblo donde Chéjov nació en 1860, lo retrata como un arrabal embarrado en invierno y lleno de polvo y con agua insalubre en verano. A Rusia como "un país de gente ávida e indolente", donde todo el mundo se dedica a "comer mucho, beber mucho, roncar, soñar y colocarse en los márgenes de la vida". De su matrimonio tardío con la actriz Olga Knipper escribe: "Fue una pareja rara; estuvieron juntos en contadas ocasiones y se escribieron muchas cartas". ¿ Hace falta decir más?

Ginzburg dice mucho con poco, pero ateniéndose a la máxima de que los seres humanos tienen a veces múltiples fisonomías, discordantes entre sí, insospechadas. Eso ocurre incluso cuando nos habla de la dedicación literaria de Chéjov, de sus relaciones con el medio literario ruso (Tólstoi o Gorki), o de la tragicomedia de su muerte. Y hace de este librito un retrato intenso y profundo del más verdadero Chéjov. Ginzburg nos invita a conocer el universo de Chéjov, su grandeza y que esa grandeza está hecha a parte iguales de una insobornable fuerza de voluntad, de convicciones éticas, de búsquedas y de comportamientos donde, como en cualquiera, predomina el color gris. Una delicia.