Ensayo

Francisco Ferrer y Guardia

Juan Avilés

25 mayo, 2006 02:00

Juan Avilés

Marcial Pons. Madrid, 2006. 299 páginas, 22 euros

La semana que viene se cumplirá el centenario de un atentado que estuvo a punto de costarle la vida al rey Alfonso XIII y a la reina Victoria Eugenia, con la que se acababa de casar en la iglesia madrileña de los Jerónimos.

El frustrado regicida era Mateo Morral, un joven catalán relacionado con los medios anarquistas, que arrojó a la pareja una bomba envuelta en un ramo de flores cuando la comitiva estaba ya muy cerca de Palacio, al final de la calle Mayor. Para el Rey no se trataba de su bautismo de fuego, porque hacía un año exactamente que alguien -tal vez el mismo Morral- también había intentado asesinarlo, por el mismo método, en la calle Rohan de París.

Eran malos tiempos para monarcas y presidentes que, desde la última década del siglo XIX, se veían amenazados por anarquistas que, en la práctica, eran simples terroristas partidarios de lo que llamaban la propaganda por la acción. Acción violenta, por supuesto, encaminada a destruir el orden social y político existente en las sociedades occidentales.

Francisco Ferrer y Guardia, otro catalán, nacido en Alella en 1859 se relacionó tan intensamente con esos círculos anarquistas que terminó ante un pelotón de fusilamiento una luminosa mañana barcelonesa de octubre de 1909, después de haber sido condenado inicuamente como cerebro y dirigente máximo de la Semana Trágica que se había desarrollado en la capital catalana durante la última semana del mes de julio de ese mismo año. Su nombre quedaría, durante años, como un símbolo de las víctimas del fanatismo religioso frente a las luces de la razón.

Sí, su nombre se convirtió en un mito, y ese mito es el que ha atraído la atención de un historiador tan solvente como Juan Avilés, convencido de que "los mitos son realidades" que conviene estudiar con los recursos de la historia. Un tipo de trabajo que le permitió excelentes resultados, hace unos años, cuando estudió el impacto de la revolución rusa en España con el significativo título de La fe que vino de Rusia (1999).

En un pasaje del libro que ahora nos ofrece dice que este tipo de estudios responden a una nueva disciplina que parece que se llama "memética", pero no hay que asustarse: se trata de simples libros de historia, escritos inteligentemente para lectores que sepan degustar la combinación de una erudición exigente con la finura de espíritu en el análisis.

Lo que hay en el libro es una excelente reconstrucción de los ambientes republicanos y anarquistas de París y Barcelona en los que se desenvuelve Francisco Ferrer y Guardia entre 1894 en que aparece en escena -cuando su primera mujer intenta asesinarle en plena calle de París- y 1909, cuando acaba sus días ante el pelotón de fusilamiento.

El libro ilustra lo que ya era sabido. Que Ferrer fue condenado injustamente en 1909 -aunque bien le habría gustado tener algún mayor protagonismo en los sucesos del mes de julio- mientras que pudo tener mucha más responsabilidad en los atentados de 1905 y 1906, que respondían muy bien a las convicciones de un republicano y masón que terminaría por poner sus mayores esperanzas en la eficacia de la pedagogía racionalista, aunque no hacía ascos a la acción directa. Su grito final antes de ser fusilado -¡Viva la Escuela Moderna!- revela mucho de la persistencia de aquel mito.