Ensayo

El Madrid de Ortega

José Lasaga (ed.)

22 junio, 2006 02:00

La Estación del Norte, de Benjamín Palencia, uno de los escenarios madrileños favoritos de Ortega

SECC/Residencia de Estudiantes. Madrid, 2006. 475 páginas, 50 euros

José Ortega y Gasset nació y murió en Madrid. Vino al mundo en una familia especialmente bien relacionada con los ambientes madrileños, tanto por ser la propietaria del diario "El Imparcial", como por el destacado protagonismo de los Gasset en la vida política española. Y Madrid sería también el escenario habitual de sus grandes campañas culturales y políticas que, tomando como plataforma la cátedra de Metafísica de la Universidad Central que ganó en 1910, le permitieron una presencia constante en la prensa, en las tribunas académicas y, durante los primeros meses de la segunda República, en la tribuna del Congreso de los Diputados.

De hecho, sus estancias más prolongadas fuera de Madrid estuvieron siempre al servicio del proyecto personal que se había trazado en su calidad de intelectual comprometido con el futuro de su país. En febrero de 1905, recién llegado a París en su primer viaje a Alemania, confesaba a su padre que la capital francesa resultaba "una cosa formidable, una revelación para un señorito de Madrid" que era, precisamente, lo que quería dejar de ser con ese viaje a Leipzig y Berlín. Así se lo confesaba a su padre el mismo día en que cumplía 22 años: "si yo no me he metido hace dos, hace tres años, en este nuevo rumbo de existencia y de visión de la vida en que, por fin estoy, es mas que mía, culpa de Madrid, del ambiente que me rodeaba excesivamente halagador, de facilidad y de excesiva consideración".

Vuelto a España inició una tarea intelectual prodigiosa que le puso al frente no sólo de sus coetáneos, sino también de intelectuales que le aventajaban mucho en edad. Era el caso de Unamuno, con el que había tenido que examinarse de griego en junio del 98 y al que, seis años más tarde, trataba de igual a igual en una correspondencia que iniciaron a comienzos de 1904, cuando Ortega no había cumplido aún los veintiún años y Unamuno frisaba los cuarenta. Tres años más tarde se permitiría ofrecerle una cátedra de Filosofía de la Religión en Madrid y se comparaba con los poetas lakistas ingleses, de finales del siglo XVIII, en su afán de crear un grupo de selectos que pudieran estar al margen de la vulgaridad ambiente de la capital madrileña. "Podíamos formar entre algunos hombres honrados -escribía a Unamuno en esa ocasión- como una isla donde salvarnos del energumenismo. Seamos lakistas y nuestro lago … sea la charca de Madrid".

Había mucho de retórica en esa frase porque Madrid resultó una plataforma espléndida para una tarea en la que hubo posicionamientos políticos de gran significado como su discurso en la Casa del Pueblo socialista a finales de 1909, o la conferencia "Vieja y nueva política" de la primavera de 1914. También aventuras periodísticas de primera calidad como la revista "España" (1915) o el diario "El Sol" (1917). Todo ello es analizado en este volumen -catálogo de la exposición que está abierta estos días en la Residencia de Estudiantes- en el que se reúnen firmas consagradas, como la de Vargas Llosa, junto con las de los grandes especialistas de los estudios orteguianos, que realizan una excelente puesta al día del personaje.

Como es propio de todo catálogo, éste es un libro también para ver. Para ver excelentes fotografías con un extraordinario poder de sugestión y, también, obras de arte que nos trasladan al Madrid del primer tercio del siglo XX (Zuloaga, Beruete, Regoyos), a lo que Vicente Cacho llamó "el imperio intelectual de Ortega" (Bores, Maruja Mallo, Moreno Villa, Dalí), o al convulso mundo artístico de la Europa de entreguerras (Kandinsky, Braque, Picabia).

¡Y, como escenario de la exposición, la Residencia de Estudiantes, que fue también una de las empresas intelectuales alentadas por Ortega! Su hijo Miguel nos ha contado que, vuelto a Madrid tras el exilio, una de las cosas que más añoraba Ortega era la Residencia de Estudiantes. "Un paraíso perdido", decía.