Persecución religiosa y guerra civil
José Francisco Guijarro
29 junio, 2006 02:00Sacerdote de la Archidiócesis de Madrid, J. F. Guijarro ha escrito un libro notable por su valor documental aunque tanto el título como el subtítulo de su voluminosa obra son imprecisos, porque ni se limita al período 1936-1939 ni trata tan sólo de "persecución religiosa" (acuñación que ni es unívoca ni debe aceptarse sin una previa deliberación teórica). En realidad, el larguísimo primer capítulo aborda de modo minucioso y acumulativo la política religiosa de la República, con especial atención al famoso debate de las Constituyentes, con el colofón azañista de que "España ha dejado de ser católica". ¿Quiere dar a entender Guijarro que aquí comienza la "persecución"? ¿Considera que ésta abarca también el anticlericalismo de los intelectuales? ¿Establece una relación entre el laicismo y las quemas de iglesias y asesinatos de religiosos?
Reconozcamos, para ser justos, que tales cosas se insinúan más que se explicitan porque el autor se parapeta en múltiples citas, tanto de protagonistas del momento como de historiadores posteriores (señalemos que la bibliografía utilizada es muy desigual, con predominio de autores conservadores). Pero resulta significativo que Guijarro, al defender al cardenal Segura, parezca hacer suya la aseveración de que la Iglesia no pide privilegios sino el reconocimiento "de derechos recibidos del mismo Cristo" (pág. 106); resulta también esclarecedor en este sentido que se califique la legislación republicana sobre el divorcio de "provocación lanzada contra los católicos" (pág. 212). En cualquier caso, para el autor la posición de la Iglesia y sus representantes fue irreprochable, pues se limitaron a defender sus derechos y los de sus fieles ante unos ataques rencorosos e injustificados.
Después llegó lo peor, lo que aquí se denomina "persecución anárquica", tanto en Madrid como en los pueblos de la diócesis, que es el ámbito al que se limita la inves-tigación. Esta segunda parte del libro se centra en el terrible verano de 1936, haciendo un recuento detallado de las múltiples atrocidades que se cometieron contra los religiosos, en su mayor parte por el simple hecho de ser tales. Junto a las acciones de las turbas y los "incon-
trolados", se dedican sendos capítulos a las checas y sacas. Aunque el autor reconoce que después del primer semestre del 36 descendió mucho la presión contra la Iglesia, considera que sólo con el fin de la guerra acabó la "persecución religiosa" (pág. 557).