Ensayo

Santiago Ramón y Cajal

José María López Piñero

2 noviembre, 2006 01:00

Conocido retrato de Cajal en su laboratorio, en 1885

Universidad de Valencia, 2006. 399 páginas, 31’20 euros

Compendio de los varios estudios que a la vida y obra de Cajal ha dedicado el profesor López Piñero y que seguramente culminaron con una biografía (Debate, 2000) que, por agotada, ha querido ahora recuperar y actualizar. Ya entonces tuve el gusto de anotarla en estas mismas páginas, lo que me ha permitido hoy recrear su lectura con esta nueva versión que respeta la anterior, aunque ampliando algunos puntos y reordenando otros.

Tenemos así una biografía de Cajal dibujada casi año por año, desde los primeros en el Alto Aragón, sus estudios en la Escuela de Medicina de Zaragoza, la fase de médico militar en la guerra carlista y en Cuba, de donde se trajo el paludismo, además de otras pesadumbres. Profesor en la recién creada Facultad de Zaragoza , obtiene tras no pocas incidencias, la cátedra de Anatomía de Valencia, donde contactó con Ferrán, en el curso de su famosa vacunación, interesándose así por la microbiología. Hasta que una visita, en 1887, al laboratorio madrileño de Luis Simarro, que le enseñó preparaciones hechas con la tinción cromoargéntica de Golgi (con quien compartió en 1906 el premio Nobel), le inclinó definitivamente hacia la investigación histológica del sistema nervioso.

Trasladado a la nueva cátedra de Histología e Histoquímica de Barcelona, saltó al reconocimiento internacional en 1889, durante el Congreso Anatómico de Berlín, con la exhibición de sus muestras ante un sorprendido Külliker, patriarca de la histología alemana; es una escena muy aprovechada en las películas que sobre Cajal se han hecho. En 1892 pasa a la cátedra de Madrid, ingresa después en la Academia de Ciencias con un discurso sobre consejos y normas para la investigación, extraordinariamente difundido y traducido, también es recibido en la Academia de Medicina y es electo por la Española. Dirigió la Junta para Ampliación de Estudios, renunciando a la cartera ministerial.

Fue una vida absorbida por abrumadora labor académica y universitaria, que incluso hubo de completar con algunas clases particulares pero que asombrosamente no le impidió dedicarse de modo continuado a las que él llamaba sus manías: la manía literaria, con su afición a escribir versos y novelas, la filosófica, la gimnástica, el dibujo, la pintura, la fotografía, el ajedrez, que luego abandonó, las tertulias,... Aflora así un retrato muy cercano de Cajal, además de muy completo, con profusión de citas y detallada descripción de las personas con las que se relacionó y las obras en que trabajaron, por lo que se obtiene un panorama muy ilustrativo de la ciencia que se estaba haciendo. Esto le permite al autor combatir tópicos y errores que han buscado mitificar la figura de Cajal a fuerza de desprestigiar su entorno: científico incomprendido y sin recursos, surgido casi por milagro con una obra nacida poco menos que por generación espontánea.

Nada de esto necesita Cajal para evidenciar su grandeza y justamente ha sido uno de los propósitos de López Piñero: integrar la vida y la obra de su biografiado en la trayectoria de la histología en España y, muy destacadamente, en Valencia; no en vano ha trabajado en su Universidad y algún cariño habrá puesto en este recordatorio. Para ello añade a la anterior edición ya aludida un primer capítulo sobre la histología española anterior a Cajal, desde el siglo XVII cuando Crisóstomo Martínez publica un centenar de trabajos en varios idiomas, en particular su éloge que aparece en París, ya en 1740; y sigue con Andrés Piquer y Antonio José Cavanilles en el XVIII.

El principal adelantado en Madrid fue Martínez Molina, el primero que apoyó la carrera académica de Cajal y promovió la dotación de una cátedra de histología para Maestre de San Juan, maestro de ambos, como lo fue de Simarro y de Federico Rubio, contribuyendo a la institucionalización de la disciplina y a la formación de la Escuela Histológica Española. La cual tuvo continuidad, al menos en dos grupos: el de histopatología, de Achúcarro o del Rio Hortega, y el de Tello, Fernández de Castro o Lorente de No, discípulos de Cajal. Por eso a él, figura señera de nuestra ciencia, no estorba sino más bien enaltece que haya habido un antes y un después de Cajal.

El remate del Año Cajal

Como culminación de un año cuajado de exposiciones, conferencias y reediciones, el Museo de Ciencias Naturales de Madrid acoge hasta el 7 de enero una exposición que recorre la España de Cajal (1832-1934), desde el reinado de Isabel II a la II República, y que se completa con un catálogo y un documental sobre los acontecimientos más significativos de la vida del científico.