Ensayo

JRJ Epistolario I (1898-1916)

Juan Ramón Jiménez

4 enero, 2007 01:00

Foto: Archivo

Edición de Alfonso Alegre. Publicaciones de la Residencia de Estudiantes. Madrid, 2006. LXXXI + 675 págs, 40 euros

Tratándose de Juan Ramón Jiménez, la publicación de su epistolario (del que éste es el primer tomo, correspondiente al primero de los tres periodos en que suele dividirse su trayectoria) no sólo constituye la obligada plasmación de una práctica común con la correspondencia conservada de los grandes nombres de la literatura o el pensamiento, sino el cumplimiento parcial (¡uno más!) del ingente designio que el propio poeta dejó sólo esbozado: la edición de su Obra, en la que las cartas, las propias y las ajenas (éstas, con anotaciones de su destinatario) ocuparían un lugar señalado. Una vez más, no hay más remedio que rendirse a la pertinencia de este proyecto, y lamentar que su dilatación en el tiempo y el espacio hagan que, hoy por hoy, sólo podamos acceder a esa inmensa creación unitaria a través de ediciones parciales, que muchos de los libros que las componen sólo hayan circulado en ediciones limitadas e inencontrables, y que el lector interesado tenga la fundada sospecha de que, cincuenta años después de la concesión del premio Nobel al poeta de Moguer, aún estamos lejos de ver publicado cuanto escribió. Con este ánimo resignado abordamos la lectura de este primer tomo del Epistolario juanramoniano. Y las expectativas quedan sobradamente cumplidas: salvando las dos o tres primeras cartas, escritas con la timidez esperable en un jovencito de 17 años, vemos emerger, en ese espacio de escritura íntima que es la carta, toda la noble ambición, la depurada exigencia y el valeroso y cultivado idealismo que el poeta de Moguer vertió tanto en su obra como en su vida.

Desde bien tempranamente, en efecto, lo vemos irrumpir en la adormecida vida cultural de su Huelva natal en defensa de unos todavía nonatos juegos florales de los que, ingenuamente, esperaba que ayudasen a la ciudad a sacudirse "su letargo" de siglos. De esos duelos floridos, pero vehementes, lo vemos pasar a la polémica literaria seria: "la poesía que imita el clasicismo es poesía muerta" espeta, con juvenil aplomo, al crítico vasco Timoteo Orbe. Y poco después, durante su primera estancia madrileña, tiene ya arrestos para arremeter contra el eternamente podrido y renovado establishment literario capitalino: "Yo aconsejaría a usted -dice a otro novel- [...] que no viniera a esta corte podrida, donde los literatos se dividen en dos ejércitos: uno de canallas y otro de… maricas". No tiene pelos en la lengua este jovencito tímido y apocado, al que pronto la neurastenia le llevará a recorrer diversos sanatorios y clínicas.

En esta correspondencia asistimos al duelo establecido entre esa debilidad orgánica y nerviosa, por un lado, y una excepcional capacidad de trabajo, gobernada por una poderosa inteligencia y una sensibilidad tan exacerbada como certera en sus intuiciones. No es de extrañar, en fin, que esta correspondencia se convierta bien pronto en un memorial de decepciones: las que causan al poeta el superficial Villaespesa, el mundano Martínez Sierra y otros, tempranamente entregados a la persecución del éxito social y literario; o esa otra clase de decepción más íntima, la causada por la constatación de que ciertas almas gemelas, casi siempre mujeres excepcionales, terminan cansándose de la atención desmedida que el poeta les exige: es el caso de la propia María Martínez Sierra, la mujer del dramaturgo; de la distante y delicada Luisa Grimm, o de la propia Zenobia, que, en los primeros meses de cortejo, casi estuvo a punto de verse desbordada por la inmensa exigencia de comunión espiritual, intelectual y afectiva que el poeta requería. Es una lástima que la correspondencia con ésta no se incluya en este volumen, por constituir un corpus con entidad propia. Pero ese duelo intelectual y afectivo encuentra también reflejo en las cartas dirigidas a la madre de Zenobia, Isabel Aymar, a la que Jiménez somete a un verdadero asedio, casi un cortejo paralelo, destinado a rendir la resistencia de quien el poeta sabe su mayor rival, dueña de un aplastante sentido común y de la perspicacia necesaria para intuir lo mucho que estaba en juego en la naciente relación.

Y es que el casi inválido Juan Ramón de estos años vive, respira, polemiza y enamora a través de estas cartas. En ellas, en su retórica un poco pasada de moda, pero vivificada por la extraordinaria pertinencia que el poeta infunde siempre a sus palabras, asistimos al nacimiento y desarrollo de su sensibilidad y a la concreción de su proyecto estético. El propio Juan Ramón era consciente de lo mucho de sí mismo que había dejado en ellas. Lo que hace doblemente satisfactorio verlas publicadas, cumpliendo el designio de éste y aportando no pocos datos esenciales para el conocimiento de su vida y obra.