Ensayo

Pasados los setenta II. Diarios 1971-1980

Ernest Jönger

18 enero, 2007 01:00

Ernest Jönger. Foto: Archivo

Traducción de Isabel Hernández. Tusquets, 2006. 574 páginas, 25 euros

Veinticinco años ha habido que esperar a la edición en castellano de esta segunda entrega de los diarios reiniciados por Ernst Jönger (1895-1998) al cumplir los setenta, y de los que llegaría a publicar cuatro volúmenes antes de su fallecimiento. Pero ya se sabe que tratándose de este gran escritor y ensayista alemán, refractario a modas y fáciles etiquetados, todo cuanto tiene que ver con el paso del tiempo se enrarece, se vuelve elástico, maleable como un reloj daliniano, tan pronto demorándose como surcando vertiginosamente las diferentes épocas. Y es que Jönger parece ser un emboscado en la eternidad que, ajeno a los ritmos demasiado humanos con que medimos el acontecer cotidiano, realizara pequeñas incursiones en el instante -de "hacer una excursión en el tiempo" llegó a calificar lo que significaba el hecho de estar vivo- para atraparlo en sus redes. Cazador de esencias en un reino de sombras fugaces, su mirada sobre el mundo resulta tan distanciadora, tan desapasionada, que el estupor, la incomodidad e incluso el rechazo son reacciones frecuentes en el lector poco avisado. Sin embargo, difícilmente podrá negarse que la percepción que transmite su escritura es la de una insólita e insobornable originalidad.

Y esto es así, especialmente, en sus diarios, donde de manera más natural cabría esperar que el elemento subjetivo se infiltrase y lo tiñese todo. Pero en ello radica el sesgo más personal de la escritura jöngeriana: en su capacidad para describir acontecimientos y vivencias desde una óptica situada por detrás de la máscara que configura a toda persona. Tal vez no haya habido en las letras alemanas otro burócrata literario y notario de sí mismo tan singular desde Goethe. Con ese intempestivo clasicismo que ya recorriera las otras entregas de sus diarios, desde Tempestades de acero hasta Radiaciones I y II, Jönger registra sus impresiones "como si estuviera observando a un tercero" y va cumpliendo años"sin conseguir tener sensación de vejez". ¿Cómo no hablar así de una intensa vitalidad ligada a su constante desasimiento?

El volumen que ahora se edita en versión de Isabel Hernández, heredera de la cuidadosa labor de Andrés Sánchez Pascual, abarca desde 1971 a 1980. En ella, Jönger viaja a menudo por el Mediterráneo, de Túnez a Turquía, de Niza a Malta, visita Francia o Monrovia y nos deleita con sus fulgurantes descripciones de lugares, sensaciones y objetos. Placeres de viajero, curiosidades de entomólogo y frutos de su meditación intelectual se conjugan en estas páginas, en las que también comparecen autores como Hülderlin, Schopenhauer o Nietzsche, piezas fundamentales para su recreación mitológica, entregada al titanismo de la técnica; anotaciones de sueños, proyectos con Mircea Eliade, charlas con Leon Bloy, Carl Schmitt o Albert Hoffmann, su amigo y descubridor del LSD, motivan otras divagaciones.

La vuelta a casa, a la pequeña localidad de Wilflingen, al cuidado del huerto y de los animales domésticos, cambia el escenario, pero no relaja un ápice las extraordinarias dotes de observación de Jönger, que enhebra detalles nimios con perspicaces consideraciones sobre el mundo contemporáneo, sin que deje de sorprendernos su portentosa memoria, su erudición sin alardes y su infatigable afán de conocer. También llama la atención la escasez de referencias a acontecimientos políticos del inmediato presente. En 1973, bautizado con su apellido -por ser su descubridor- un espécimen de cicindela, Jönger dijo de él que era un insecto "conservador", cuyas larvas cavaban en la tierra a gran profundidad para así cazar mejor. No es mala metáfora para intentar aproximarse al enigma de este autor inclasificable.