Ensayo

El portal. Prisionero de los jemeres rojos

François Bizot

18 enero, 2007 01:00

Pol Pot (izda) junto a varios cabecillas de los jemeres

Trad. de Manuel Serrat Crespo Prol. J. Le Carré. RBA, 2006. 272 páginas, 19 euros

El portal de François Bizot, catedrático de Budismo en la Sorbona, es la reja de la entrada a la embajada francesa en Phnom Penh, el umbral que separa a los vivos de los que van a morir, y un símbolo de todos los portales que el autor ha franqueado. Destaca, entre esos portales, la muerte de su padre, su cautiverio durante tres meses, de septiembre a diciembre de 1971, en un campamento de los Jemeres Rojos y el descubrimiento tardío de que su carcelero y liberador, el camarada Douch, todavía vivo, fue uno de los principales genocidas de Camboya en los años 70. El libro termina, precisamente, con la visita que el autor hizo hace seis años a la cárcel donde Douch espera su juicio final.

Publicado en francés en 2000 por la Table Ronde, 30 años después de los hechos, RBA ha tenido el acierto, aunque tardío, de editarlo ahora en castellano con una traducción magnífica de Manuel Serrat Crespo, respetando el provocador prólogo original de John Le Carré.

El libro se divide en dos partes: 155 páginas sobre su detención en el Campamento 13, cerca de Anlong Veng, de los Jmeres Rojos (fue el único extranjero que sobrevivió a tan dramática como extraordinaria experiencia) y otras 100 sobre su trabajo como intermediario, por su dominio de la lengua jemer, entre la embajada francesa y la guerrilla comunista camboyana desde la entrada de los Jemeres en Phnom Penh, el 17 de abril de 1975, hasta la evacuación de todos los extranjeros a Thailandia tres semanas más tarde.

"El relato de sus prolongadas conversaciones, que no tienen desperdicio, con Douch, su interrogador -ese trágico perseguidor de certezas, como le llama-; la minuciosa relación de sus sentimientos de afecto y respeto por su torturador; el relato de la vida dentro del complejo francés de Phnom Penh durante las últimas semanas; la narración de sus encuentros surrealistas -cada uno una tragedia en sí misma- con personajes como el príncipe Sisowath y Mme. Long Boret, que parecen espectros acusadores en busca de asilo en la embajada francesa y son rechazados porque no tienen papeles (...) no tienen parangón con cuanto hayan podido escribir los periodistas e historiadores que han contado los mismos acontecimientos", escribe Le Carré. "Me encolerizo hoy al ver que no hay ya ni un solo sabio que apoye la ideología en cuyo nombre se llevó a cabo, metódicamente, todo aquel daño", confiesa Bizot, cuya amargura y profundo dolor por lo vivido en Camboya desde su primer viaje, en 1965, como etnólogo apasionado por la cultura jmer, hasta su milagrosa salida, vivo, del genocidio engancha y contagia al lector desde la primera página hasta la última.

Estremece, en ocasiones, la frialdad con que el autor abandonó en el lado oscuro del portal a inocentes, camboyanos y extranjeros, a los que, quizás, pudo haber salvado y no lo hizo. él mismo reconoce el caso de Marie, de 16 años, hija de francés y camboyana, a la que llevó en su convoy hasta la misma frontera thailandesa y, finalmente, dejó en manos de los genocidas: "La muchacha fue arrastrada y pasó ante mí, empujada por las mujeres; me miró y sus pupilas vacías de miedo abrieron en mi cerebro dos agujeros negros que no cesan de ahondarse" (p. 249)

Estremece más aún la lección final de toda aquella tragedia, al descubrir que Douch, director de la cárcel de Tuol Sleng, hoy convertida en Museo del Genocidio, donde fueron torturados y ejecutados más de 40.000 inocentes entre 1975 y 1978, sigue vivo: "No era un psicópata sino un hombre normal, lo que es mucho más terrible".