Ensayo

Elogio de la imperfección

José María Ridao

15 febrero, 2007 01:00

Galaxia Gutenberg, 2006. 233 páginas, 16 euros

Recuerda Ridao cómo ya en una conferencia alcalaína de 1911 Azaña denunciaba un vicio que sigue vigente: manipular la historia con propósitos proselitistas, lo que en el caso de la construcción ficticia de la "España eterna", unificada por la creencia católica, representa una estrategia del "fanatismo para nutrir la superstición". Esta colección de ensayos autónomos con un cierto propósito de unidad resulta oportuno como antídoto contra un tópico burdo que, sin embargo, goza hoy de gran predicamento: que el rubro de lo español se identifica sin fisuras con una tradición ultramontana de la que el franquismo no fue sino un último eslabón. Ridao encuentra en la Historia de los heterodoxos españoles de Menéndez Pelayo, con su erudito "desvelamiento de herejes y desafectos", la plasmación intelectualmente más lograda de aquel integrismo españolista, pero no duda en denunciar la responsabilidad que en esa amputación unilateral de nuestra historia tuvo el 98, sobre todo Unamuno, algo que hace diez años ya había asomado en La libertad traicionada de José María Marco, desde una postura ideológica muy diferente a la de Ridao.

Entre los catorce capítulos de este volumen hay muy gratas sorpresas, como el ensayo "La descendencia de Lázaro" sobre Mercè Rodoreda o "Las formas y las palabras" que trata del desnudo en al arte del Renacimiento, el Manierismo y el Barroco. Esta línea plástica reaparece también a propósito de Durero y nuestra pintura histórica del XIX, pero la parte del león se la lleva la literatura, y dentro de ella, la figura de Cervantes. Lejos de admitir, con Unamuno, que El Quijote representaba algo así como la "Biblia nacional de la religión patriótica de España", Ridao identifica la "tradición crítica" de nuestro país con la "estirpe de Cervantes", cuyas influencias erasmistas trata siempre de destacar. Los ensayos que dedica a escritores extranjeros como Rabelais, Sterne o Flaubert subrayan la vinculación de todos ellos sobre todo con El Quijote, aquel libro propiedad de España muy aplaudido por las demás naciones, como recordaba malévolamente Cadalso. Incluso al comentar los recuerdos de Orwell, a propósito de la lucha en el frente cuando la guerra civil, destaca cómo "el eco de los batanes cervantinos, de la humanidad evocada a través de los excrementos, se impone subrepticiamente en su relato" (pág. 158).

Mas la huella cervantina es rastreada aquí fundamentalmente en una tradición española transgresora que elevó a lo largo de la historia "una queja murmurante al margen de lo ortodoxo", en palabras de La velada de Benicarló. Con un antecedente obligado en La Celestina, Elogio de la imperfección repara en el citado Cadalso y en Blanco White, en Clarín y Galdós, en la interpretación del pensamiento de Cervantes por Américo Castro -contrapuesto a la superficialidad de Ortega en el mismo empeño-, en Azaña, y, ya en la posguerra, en Martín Santos y Juan Goytisolo, quien ha hecho de este gran tema el eje de toda su actividad creativa e intelectual a partir de Señas de identidad.

En este libro de Ridao brillan las virtualidades del mejor ensayismo. El autor no se ha privado de acogerse a todas sus prerrogativas, fundamentalmente el carácter sugeridor e interpretativo de sus argumentos, la amplitud temática y una clara voluntad de estilo. La dispersión de sus referencias y perspectivas se ahorma en la unidad que el título enuncia. La tradición de Fernando de Rojas, Erasmo, Rabelais y, sobre todo, Cervantes significa una visión no depuradora (platónica) de la realidad, sino aristotélicamente integradora de todas las tachas y miserias propias de la existencia humana. La imperfección es elogiable en cuanto nos singulariza, y frente a las quimeras fundamentalistas nos ayuda a concretar el sentido de la libertad.