Ensayo

Gaya de viva voz

Nigel Dennis (Editor)

29 marzo, 2007 02:00

Pre-Textos. Valencia, 2007. 403 páginas. 12 euros

Quienes entrevistaron a Ramón Gaya a lo largo de las últimas décadas de su vida le exigieron algo que parecía obedecer a una pretensión más bien desmesurada: la de que el entrevistado, en un breve espacio de tiempo, resumiese su pensamiento estético, contase su vida y respondiese al sinfín de interrogantes que plantean al lector las afirmaciones más polémicas de su obra escrita. A favor de los entrevistadores hay que decir que, si obraron así, lo hicieron deslumbrados por el pensamiento de Ramón Gaya y su ejemplar trayectoria humana y artística. El pintor y escritor trató de no defraudarles: a lo largo de los más de veinte años de entrevistas recogidas en estas páginas fue afinando un discurso en el que comparecían los principales hechos de su vida (su formación, los contactos con los escritores del 27, la República, el exilio, etc.) y, al hilo de los mismos, los principales hitos en la maduración de su pensamiento estético: su temprana decepción ante las vanguardias, su denuncia de muchas de las imposturas que han llenado la historia del arte del siglo XX, y su creencia en una pintura que no es de ninguna época ni país, pero que ahonda en el misterio de la vida y se presenta como parte de la vida misma, y no como un mero artefacto que la imita o le da la réplica.

El periodismo, ya se sabe, busca siempre la declaración chocante. En ese sentido, Gaya no debió de decepcionar nunca a sus entrevistadores. Y es una pena que no se reproduzcan los titulares bajo los que se publicaron estas entrevistas, porque no faltan frases capaces de desatar alguna de esas polémicas desaforadas que distraen los ocios de nuestra clase intelectual: "lo llamado moderno es tan inconsistente y fugaz que no puede importarnos"; "¿Miró? Muy poca cosa…". Naturalmente, esto no es más que la pólvora graneada: lo verdaderamente importante es la ejemplar coherencia del discurso en el que se insertan estas afirmaciones; u otras que tampoco dejan indiferente al lector; como cuando remata: "abstenerse de pintar es pintar también".
A lo largo de estas dos décadas de entrevistas, Gaya no sólo depura su relato biográfico, sino que ahonda en él, aporta nuevos datos y anécdotas y acierta a hallar atajos para enunciar lo que, por extenso, ha necesitado libros para ser dicho. En ese sentido, las repeticiones no son un obstáculo, sino otras tantas ocasiones para asistir al nacimiento de un matiz o enfoque novedoso. A lo que a veces contribuye el grado de sintonía del entrevistado con sus interlocutores. Con algunos, la complicidad es patente. Con otros (Elena Aub, por ejemplo), lo es la sensación de incomodidad: el pintor pregunta constantemente a su interlocutora si no la está aburriendo… Aunque tal vez si el propio Gaya hubiese podido revisar el texto, estas indiscretas interpolaciones hubiesen desaparecido para dejar paso a lo esencial.

Esa preocupación parece presidir todas y cada una de estas conversaciones, que el celo del pintor quiso revisar. Inevitablemente, introdujo en ellas los modismos de su prosa. Lo que hace que este Gaya de viva voz, que la editorial prudentemente no ha incluido bajo el marchamo de sus Obras Completas, constituya la mejor introducción o el más atinado epítome a las mismas, y tenga la tonalidad confidencial y convincente de la mejor prosa de su autor.