Image: Madame de Sévigné: Cartas a la hija

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Ensayo

Madame de Sévigné: Cartas a la hija

Madame de Sévigné

5 abril, 2007 02:00

Madame de Sévigné

Traducción de Laura Freixas. El Aleph Editores, 2006. 224 páginas. 17 euros

Ahora que han pasado cuatro largos siglos desde que la marquesa de Sévigné escribiera las cartas a su hija Françoise-Marguerite, condesa de Grignan, podemos penetrar con una visión totalizadora en este abigarrado epistolario (reedición del publicado por Muchnick, en 1996), considerado una de las obras maestras literarias del XVII francés. Los lectores del siglo posterior -el siglo de las luces en Francia- reconocían el genio de la Sévigné por su preciosismo y por la vívida recreación de la vida cortesana. Se la leía con avidez por su gracia y ligereza al relatar los cotilleos mundanos de la corte de Luis XIV. Voltaire consideraba que era la primera persona en su siglo "en cuanto al estilo epistolar, y sobre todo para contar bagatelas con gracia".

Con el paso del tiempo, a partir de autores como Marcel Proust o Saint Beuve, la fama de la marquesa como narradora mundana del Grand Siècle fue progresivamente transformándose. Proust aconseja no dejarse engañar por su incomparable pintura de la época, y recuerda cómo su abuela, gran lectora de Sévigné, le enseñaba a observar otros valores más profundos. El modo de manifestar el afecto a los suyos y el amor de la marquesa por la naturaleza eran para Proust lo más admirable de sus textos. El crítico del XIX Saint Beuve, en sus Retratos de mujeres afirma que no debe juzgarse a Madame de Sévigné como frívola o poco sensible. Para él, Madame era seria e incluso sombría, sobre todo en las ocasiones en que se retiraba al campo. En realidad, pese a que en sus textos se mezcla la vida de los salones con las preocupaciones religiosas o afectivas, bajo su torrente de palabras pesa siempre en ella la amargura por la separación de su hija y la angustia por la fugacidad del tiempo.
Para la mirada contemporánea, el rasgo más curioso de este epistolario es el afecto casi obsesivo que Madame de Sévigné profesa a su hija y que sabe expresar de mil maneras. Habría que coincidir con Roger Duchêne, en que las cartas son una letanía de modos diferentes para decir "os amo", pero ese cariño, a veces agobiante, como intuye el lector en los momentos críticos de la relación madre-hija, está teñido de la melancolía de la separación y del miedo a no ser del todo comprendida. Cuando leemos hoy a Sévigné, en los tiempos de la psicologización, la visión de ese amor exacerbado se nos presenta como abrumador.

Cerca de un millar de cartas escribió Madame a su hija (jamás pensó que serían publicadas tras su muerte) y la inauguración del epistolario se produce en febrero de 1671, después de la partida de la Marquesa de Grignan a Provenza, donde su esposo ocupaba el cargo de lugarteniente general del Rey. La ligereza de los salones, sí; pero también la descripción del desgarramiento afectivo, he aquí uno de los mayores logros de esta correspondencia, torrencial en efusiones. "En vano busco a mi querida hija […] y cada paso que da la aleja más de mí. Me fui pues a Sainte-Marie, sin dejar de llorar, sin dejar de morir: me parecía que me arrancaban el corazón y el alma", escribirá en la primera carta de la serie.

Es de justicia señalar el excelente trabajo de la traductora Laura Freixas, que ha añadido una pertinente introducción, cronología, y numerosos textos explicativos al inicio de algunas de las cartas para hacer comprensible, bien el contexto familiar, bien el entramado político de la época. El conjunto es un rico fresco del tiempo de Madame de Sévigné, con las mayúsculas de los datos históricos y las minúsculas de la vida íntima.

MADAME DE SéVIGNé

La marquesa de Sévigné, de soltera Marie de Rabutin-Chantal, nace en Paris en 1626, de familia noble y acomodada. A los 18 años se casa con Henri de Sévigné, con quién tendrá a su hija Françoise-Marguerite y a su hijo Charles. Su marido morirá en duelo, batiéndose por una amante, y la marquesa quedará viuda a los 25 años. Mujer inteligente y cultivada, amiga de Madame de la Fayette y de Madame de Maintenon (la favorita, y más tarde esposa morganática de Luis XIV), frecuentará la corte y a las gentes de letras y dedicará, una vez casada su hija, todo su talento a escribir cartas, tanto a su hija, como a muchos de sus contemporáneos.