Ensayo

Ionesco. Diarios

por Eugène Ionesco

10 mayo, 2007 02:00

Caricatura de Erico Ayres

Trad. M. Arroita-Jauregui. Páginas de Espuma, 2007. 406 páginas. 24 euros.

Los Diarios de Ionesco no son la crónica del siglo XX, sino el testimonio de una conciencia dividida entre el impulso estético, la tensión moral y la inquietud religiosa. Lo estrictamente biográfico apenas desborda el territorio de la infancia. Una escritura fluida e intensa se ocupa indistintamente del hassidismo, el psicoanálisis, la política internacional y la teología cristiana. Desde el principio, aparece la obsesión por la muerte. Los años transcurridos en Francia parecen eternos, pero esa ilusión durará poco. No son los recuerdos, sino nosotros los que nos quedamos fuera del tiempo. Ionesco intercala deliciosos cuentos para niños menores de tres años, relatos ingenuos dirigidos a la prehistoria de la conciencia. El recuerdo del molino donde discurre la niñez, la evocación de la primera obra de teatro o de la muerte del hermano no consiguen superar lo meramente fragmentario, pues a los cuarenta años la memoria sólo rescata imágenes incompletas, secuencias confusas, como esa escena terrible donde la madre intenta envenenarse en presencia de su hijo para castigar a un marido infiel. La idea del suicidio se asienta en la mente de un niño que ha contemplado la posibilidad de la tragedia y ese dolor primigenio fructificará en la mente del adulto, provocando miedos neuróticos y depresiones recurrentes. Ionesco se muestra ambivalente con el psicoa-nálisis, tal vez una teoría estética, pero de escaso valor terapéutico. Ni el marxismo ni el psicoanálisis, que se basan en un antihumanismo teó-rico, consiguen explicar la libertad ni el deseo. Sólo teorizan sobre la impotencia de la voluntad, esclavizando al hombre a un fatalismo ciego. Ionesco confiesa su escepticismo religioso, pero advierte que no logra desprenderse de Dios. "La no-respuesta es la mejor respuesta", pero la interrogación prosigue y el asombro y la esperanza, mucho más tenaces que el nihilismo.

Ionesco reserva pocas páginas a una posible poética que nos entregue las claves de su teatro. Es evidente que le preocupan mucho más sus conflictos morales, políticos y teológicos. Su simpatía hacia la cultura judía le ayuda a justificar el estado de Israel y a escandalizarse con el panarabismo de Nasser. Los judíos han aportado al pensamiento ético y teológico la compasión hacia el hombre. Ionesco no oculta su hostilidad hacia ese marxismo dogmático que no reconoce el valor del individuo. Ningún absoluto puede justificar la inmolación del ser humano, pues cada hombre es único e irrepetible, persona y no masa, que no puede sacrificarse en nombre de la Naturaleza o la Historia. Hay una enorme claridad en la escritura de Ionesco al denunciar cualquier totalitarismo. La utopía biopolítica del nazismo no es menos inhumana que la escatología marxista. Sin embargo, en el marxismo hay cierta raíz ética malograda por la tradición autoritaria de Rusia, que explica la aparición del Gulag.

Ionesco repite los argumentos de Rousseau al meditar sobre el progreso científico. La técnica no ha producido progreso moral. Auschwitz e Hiroshima son objeciones definitivas que malogran cualquier optimismo histórico. Hay que buscar la salvación en otras fuentes, como en la filosofía personalista de Martin Buber. Es posible que la fe sólo responda a una necesidad psicológica. Sin embargo, ¿por qué negar que hay más audacia en la fe que en el escepticismo? Ionesco reconoce su desorientación. "No sé lo que quiero decir. No soy lo bastante audaz para creer". Tal vez el camino se encuentre en el budismo, en la extinción del deseo, pero la liberación del deseo ya es un deseo y el hombre fracasa otra vez, asfixiado por la angustia. En un párrafo luminoso, Ionesco desprecia la líbido para elogiar el amor espiritual. "La líbido no es un amor tranquilizador, no es un amor libre, no se puede justificar espiritualmente. Sólo el amor paterno, el amor que origina vida, es amor divino. Sólo amando a los otros el mundo no estará perdido". Ionesco se pregunta cómo es posible denigrar lo sobrenatural para suplantarlo por el Estado, divinizar una abstracción que oprime al hombre y arrojar al vertedero al Dios de la tradición judeocristiana. "Sólo el judaísmo y el cristianismo tienen la audacia de ser personalistas. Han creado el amor al prójimo".

La experiencia del otro nos lleva a la piedad y la piedad nos obliga a guardar algo de amor para noso-tros y "dar el resto a los demás". Si la palabra es confesión, el senido de un diario no es su publicación. "En cuanto me digo -admite Ionesco con pesar- que quizás estas páginas sean publicadas, su verdad queda corrompida". Ionesco no es radical, sino profundo y su profundidad no nace del saber empírico, sino de la angustia de una fe titubeante. Sus Diarios son esenciales para los que aún creen la literatura como una superación del antagonismo con el otro.

"Un muñeco de nieve a punto de fundirse"

En uno de los últimos fragmentos de estos Diarios, Ionesco retrata su estado de ánimo final: "No sé muy bien si sueño, si recuerdo, si viví mi vida o si la soñé. El recuerdo, igual que el sueño, me hace sentir profundamente la irrealidad, la evanescencia del mundo, imagen fugitiva en el agua movediza, humo coloreado. ¿Cómo todo lo que resiste entre firmes contornos puede apagarse? La realidad es infinitamente frágil, precaria, todo lo que viví duramente se hace triste y suave. Quiero retener todo lo que nada puede retener. Los fantasmas. Soy un muñeco de nieve a punto de fundirse. Resbalo, no puedo retenerme, me separo de mí mismo. Estoy cada vez más lejos, soy una silueta y, luego, un punto negro. El mundo va a helarse. Una insensibilidad polar ha empezado ya a extenderse sobre nosotros"