Guerra
Gwyne Dyer
17 mayo, 2007 02:00Cualquier libro capaz de responder a una de estas preguntas de manera inteligente sería un buen libro, pero el de Dyer, analista canadiense de temas militares, no sólo trata de responderlas todas, y bastantes otras, sino que ofrece una interpretación general del fenómeno de la guerra en relación con el devenir milenario de la historia humana. Se trata pues de una de esas obras que permiten al lector considerar de manera nueva temas bien conocidos. Dyer sabe lo suficiente del asunto como para no caer en un pacifismo ingenuo, pero tiene suficiente confianza en la especie humana como para esperar que algún día logremos librarnos de una amenaza que nos ha perseguido durante milenios. Con estilo ágil y ameno evoca tanto el heroísmo de los combatientes que cantó Homero como los horrores de la guerra que Virgilio describió con espanto al narrar la caída de Troya (en la que es probable que el famoso caballo de madera fuera en realidad una torre de asalto).
El maestro que le inspira no es el pesimista Hobbes, que imaginó un estado de naturaleza basado en la guerra de todos contra todos, ni el fantasioso Rousseau, con su influyente imagen del buen salvaje, sino Darwin, pero no el Darwin que hace un siglo se inventaron los partidarios de la guerra entendida como supervivencia del más apto, sino el verdadero, el fundador de la teoría de la evolución, que sentó las bases para la comprensión científica de la naturaleza humana. La tesis de Dyer es que los hombres, es decir los varones de la especie humana, somos naturalmente belicosos, aunque menos que los chimpancés o los babui-nos ( incluso los babuinos pueden hacerse más pacíficos en circunstancias apropiadas). El tipo de guerra en que miles de hombres se enfrentan en matanzas masivas surgió sin embargo con la civilización y llegó a su apogeo en el siglo XX, para convertirse en una amenaza letal para la humanidad con la aparición de las armas de destrucción masiva. Así es que nos encontramos hoy en un momento histórico crucial: o controlamos la guerra o ésta nos destruirá. Pero no supongamos que se pueda lograr de manera rápida ni fácil, ni sin tomar en cuenta los intereses de seguridad de los estados.
Estamos pues ante un libro brillante, por desgracia desfigurado en la versión española. Encargar a alguien que cree que "casualties" significa casualidades la traducción de un libro sobre la guerra parece una broma digna de Caiga quien caiga, pero Belacqua lo ha hecho de veras. La guerra prehistórica no tenía un elevado número de "casualidades", sino de bajas (p. 93). En el siglo XVII no se eliminaron en Japón las "armas", sino las armas de fuego (p. 198). Y en 1793 la Convención no llamó a convertir todos los edificios públicos de Francia en "barracas", sino en cuarteles (p. 212). El lector imaginativo que sepa inglés podrá suplir estos errores de traducción, pero tiene otra solución: por 14 dólares más gastos de envío puede comprar la edición original en Amazon.