Image: Un mundo en ruinas

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Ensayo

Un mundo en ruinas

David Solar

24 mayo, 2007 02:00

David Solar. Foto: Carlos Miralles

La Esfera de los Libros, 2007. 484 páginas, 30 euros

No se puede encontrar un título más expresivo para designar el estado de buena parte de la humanidad cuando concluyó la Segunda Guerra Mundial, en especial tras la liquidación del mosaico étnico y cultural que tanto enriqueció Europa y del que apenas nada quedó. David Solar, director de la imprescindible revista La Aventura de la Historia, historiador y especialista en relaciones internacionales que ha concentrado sus obras en temas relacionados con Oriente Próximo, Guerra Civil española y derrumbe del nazismo, busca en su nuevo libro, centrado en el bienio 1945-1946, respuestas a cuestiones tan relevantes como insuficientemente tratadas, básicamente por qué las cosas tuvieron ese final tan desmesuradamente brutal y cruel, alcanzando el cénit de la vileza absoluta desde el suicidio de Hitler, con el telón de fondo de los alemanes defendiéndose a la desesperada, prolongando sin aparente sentido la muerte y la destrucción en grado masivo (se considera que en el mes de abril de 1945 murieron en Europa más de 400.000 personas); pasando por el trágico final de Mussolini y su amante, hasta la decisión final de arrojar la bomba atómica sobre dos ciudades japonesas cuando se barajaron alternativas que no habrían causado tal devastación. Sin embargo, como apunta David Solar, el curso de los acontecimientos podría haber discurrido de otra forma. Lo ilustra, por ejemplo, citando las memorias de Winston Churchill, para quien el peligro en 1943 ya no radicaba en la destrucción de Gran Bretaña sino en la paralización de la guerra o cuando el premier británico considera que el "camino que eligió Hitler fue mucho más conveniente para nosotros que el que yo temía". En este sentido, un elemento compositivo de primer orden que emplea magistralmente el autor para retratar aquella realidad es el testimonio de los protagonistas. El caso de Magda Gübbels que acepta que su destino y el de sus hijos estaba sellado al de su marido, admitiendo que ellos eran el Tercer Reich, es tan estremecedor como revelador de un tiempo y una mentalidad.

Más adelante, David Solar entra de lleno en la materia del ajuste de cuentas, de los juicios organizados por los vencedores para castigar a los derrotados por sus crímenes. Aquí el autor, que se había limitado en la primera parte a proporcionar datos y explicaciones, se compromete críticamente ante la forma y el fondo en que se desarrollaron los procesos, poniendo de relieve las irregularidades y contradicciones que los rodearon. Aunque se concentra en los dos juicios capitales, el de la elite nazi que inauguró los procesos de Nuremberg y el de Tokio, no olvida completar el cuadro aludiendo a los procedimientos de depuración de los colaboracionistas más visibles de varios países como Pétain y Laval (Francia), Antonescu (Rumanía), almirante Horthy (Hungría), Quisling (Noruega), monseñor Tiso (Eslovaquia) o el general soviético Vlassov. El último capítulo describe el impacto que la caza y enjuiciamiento de criminales de guerra causó en la opinión pública mundial décadas después del conflicto (Eichmann, Barbie, Degrelle, Papon, Pavelic...).

Una de las conclusiones que se extrae de la lectura del notable reportaje histórico elaborado por David Solar es la lección que la última contienda mundial arrojó sobre el futuro. Las ondas sísmicas de la desolación causada por la Segunda Guerra Mundial lógicamente también se registraron en el ámbito moral. El Holocausto, las bombas atómicas y los juicios marcan un punto álgido, de no retorno en la historia de la humanidad: los derechos humanos pasarán a ocupar uno de los primeros lugares de atención ante cualquier nuevo conflicto. No es que no volvieran a violarse, claro está, es que desde ese momento permanecen como un potente foco de luz que ilumina cualquier horror, por encubierto que sea o por perdido que esté en el tiempo. Aunque las atrocidades han proseguido a gran escala, ya no es lo mismo, las víctimas no pueden ser olvidadas, por mucho que se las entierre o margine. No son pura estadística.