Ensayo

El Estado cultural. Ensayo sobre una religión moderna

Marc Fumaroli

21 junio, 2007 02:00

Marc Fumaroli

Traducción de Eduardo Gil Bera. Acantilado, Barcelona, 2007. 462 páginas, 25 euros

La publicación en 1991 de este volumen dio lugar en Francia a una agria polémica. El malestar y la crítica tanto de intelectuales como de la línea editorial de revistas tan sensatas como Esprit o Le Débat se arracimó, sobre todo, en acusar a Marc Fumaroli de plantear una concepción elitista de la cultura. Lo cierto es que atacar el "Estado-Providencia" francés en su buque insignia, la cultura, era, y es, golpear donde más duele.

Francia, como leemos en la introducción histórica de estas páginas, fue el primer país occidental que creó, en 1959, un Ministerio de Asuntos Culturales. De Gaulle dejó en manos de André Malraux la gestión cultural y, éste, como escribe Fumaroli, decidió "cubrir Francia de Casas de la Cultura". Posteriormente el propio Georges Pompidou impondría la construcción en París del Centro Pompidou ( el Beaubourg), una especie de Casa de la Cultura gigante visitada por miles de personas y duramente criticada por Fumaroli. Con Mitterrand la Kulturkampf fue a más. Su ministro de Cultura, Jack Lang, contribuyó entre 1981 y 1988 a un lanzamiento cultural entre el carnaval y la propaganda de Goebbels. Entre unos y otros se llegó, como escribe Fumaroli, a una idea de cultura con más parentesco con la Kultur alemana de Bismarck que con la "civilización a la francesa". Si con Malraux de lo que se trataba era de "democratizar las obras maestras", con Mitterrand/Lang la cultura producida por el Estado se convertía en "un programa de gobierno" cargado de voluntad política.

Lo que molestó en una Francia en la que Mitterrand estaba en su segundo mandato (1988-1995) no fue sólo que Fumaroli criticase el "entretenimiento de masas" o las camarillas artísticas. En El Estado cultural se denuncia que la política cultural francesa había abierto la vía a la dominación de la "cultura audiovisual", caballo de Troya de los tan denostados intereses culturales y económicos estadounidenses. La cultura para Fumaroli es un asunto individual: "Las artes no son platos divisibles indefinidamente de modo igualitario. Son los escalones de una ascensión. Algo que se desea y no se obtiene gratis". Pero también molestó por venir de donde venía.

Fumaroli nació en Marsella en 1932 pero pasó su infancia y adolescencia en Fez, Marruecos. Tras una meritoria carrera académica obtuvo una cátedra en el exquisito Colegio de Francia tras pasar por la Sobona, y su papel principal durante años ha sido justificar y extender la francofonía por todo el mundo. En 1995 fue elegido miembro de la Academia francesa sustituyendo a Ionesco. Además ha recibido un número casi exagerado de premios y honores. Desde que en 1980 publicase su tesis doctoral, La edad de la elocuencia, sus textos han estado marcados por sus rigurosas investigaciones en torno a la literatura del clasicismo francés. En buena medida Fumaroli encarna la figura del intelectual crecido en colonias pero más francés que cualquier francés.

En una Francia dominada intelectualmente por la izquierda, el liberalismo cultural que reclama Fumaroli se ha asimilado a posiciones de derecha. En 1998 pronunció el discurso de entrada de Jean François Revel en la Academia francesa . No obstante él se ha reclamado liberal e independiente, en una posición política que hoy resuena a ciertas ideas de Sarkozy.

Pese a que de una lectura precipitada de El Estado cultural podría deducirse que trata de disminuir la capacidad del Estado francés para incorporar la cultura a todos sus ciudadanos, la intención de Fumaroli es la contraria. Su énfasis en el papel de la educación, su empuje a la hora de promover a los verdaderos artistas o su censura de la televisión francesa muestran a un intelectual cuyo respeto por lo que significa la República es muy evidente. El suyo es un liberalismo reformista, que legitima al Estado, en tanto que, como ha escrito Immanuel Wallerstein, el conservadurismo y el socialismo lo debilitan filosóficamente. Libro en el que conviene adentrarse armado de papel y lápiz. Libro vigente en la Unión Europea y desde luego en la España autonómica.