Image: Las contradicciones culturales de la modernidad

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Ensayo

Las contradicciones culturales de la modernidad

D. Bell, R. Bellah, M. Walzer, Koselleck...

28 junio, 2007 02:00

Foto: Clarín

Ed. de J. Beriain y M. Aguiluz. Anthropos, Barcelona, 2007. 463 páginas. 22 euros

El debate al respecto de la modernidad ha acompañado a ésta desde sus mismos (presuntos) comienzos: y no ha claudicado tras su presunta dimisión o su precipitado cese. Debate general y total que afecta a los orígenes de la modernidad y a todos sus desarrollos, debate que cuestiona su legitimidad de principio y que, al fin, hace balance de sus promesas incumplidas, de sus vanidosos proyectos y de sus mezquinos resultados. El hecho de que el litigio no sea nuevo no redunda, sin embargo, en detrimento del interés: habrá que preguntarse, una y otra vez, qué es (de) esa modernidad insidiosa que rehúsa abandonarnos tras mil defunciones decretadas; habrá que preguntar por las características de esa modernidad, resistente o residual, que todavía nos inquieta, que desde hace mucho tiempo nos acecha.

Durante un periodo, no lejano, se convirtió en rutina hablar de la modernidad en pretérito -indefinido o decididamente imperfecto. Pero esa conjugación ya no es moderna: ni posmoderna. Hoy es usual hablar de ella -de la modernidad- usando sintagmas que destaquen la pluralidad, la multiplicidad, la contradicción o el conflicto. Es decir, hemos pasado de denunciar a la modernidad una y única, o de expresarnos con luctuosa nostalgia o franca melancolía, a investigar las múltiples modernidades: primeras, segundas o terceras modernidades, modernidades diferenciadas por ámbitos de aplicación (cultural, económica, política, artística...), o por zona geográfica y subsuelo civilizatorio (europea o cristiana, asiática, islámica...).

Las contradicciones culturales de la modernidad, importante antología de textos seleccionados por J. Beriain y M. Aguiluz, enuncia, desde su título, el propósito de insertarse en esa última línea argumental: la que descubre bajo la palabra modernidad no un referente unitario -sea de la índole que sea- sino una pluralidad indomable: y una pluralidad que permanentemente amenaza con la mera contradicción o con el doloroso conflicto, acaso letal. No es tan sólo una idea de los compiladores. Los testigos de cargo requeridos para dar fuerza al argumento imponen, de entrada, el peso de sus nombres y sus trayectorias de investigación: Luhmann, Blumenberg, Bauman, Koselleck, Walzer... Nómina intimidatoria de autores que comparten una idea (ya tal vez sólo una): la pregunta por la modernidad ha de ser formulada de nuevo, pero tiene que ser formulada en plural.

Si en 1976 a Daniel Bell -sociólogo estadounidense que, tras la introducción de los editores, inaugura el volumen- el capitalismo se le deshacía en contradicciones culturales que no decretaban su ruina sino que formaban parte de su inestable estructura y de su conflictiva dinámica, al mismo Bell, veinte años después, la modernidad se le presenta como campo de batalla de sensibilidades contrapuestas.

Las líneas que recorren la modernidad, las que componen su poliédrica figura, no son tanto líneas de fuga cuanto líneas de fractura. Parece que cada modernidad ha roto el molde de una homogeneidad precedente: ha quebrado sus estilos, sus normas y sus ritmos. Y parece que no ha sabido -no ha querido o no ha podido- presentar una alternativa igualmente homogénea, igualmente unitaria.

Es cierto que desde hace unos años proliferan las expresiones que tramitan pluralidad y conflicto: multiculturalismo y "choque de civilizaciones" son, quizá, las que han alcanzado mayor notoriedad pública, las que han saltado fuera de los discretos límites académicos. También es cierto que la constatación de la pluralidad inherente a los procesos de modernización, con las inevitables secuelas de incertidumbre y miedo que genera (Luhmann, Reemtsma), no precisaba de las citadas innovaciones semánticas.

La modernidad -cualquiera de ellas o todas- es un permanente cuestionamiento de verdades y valores (Schluchter o Bellah), es ruina y reconstrucción de tradiciones (Ikegami, Walzer), es aceleración, como indica Koselleck, es oferta, demanda y denuncia de legitimidades (Bumenberg). La modernidad es, ante todo, un proceso de multiplicación de las opciones de lealtad, de las posibilidades de definir y gestionar la identidad individual y colectiva. Que todo ello genere tensiones, que propicie geografías sociales polarizadas lógica, ideológica y políticamente no es objeto de debate: es una constatación. Que tales geografías puedan ser el escenario de "guerras culturales", antesala de otras guerras, sí ha de ser tema de preocupación política y de ocupación intelectual.