Image: Los intelectuales en Francia. Del caso Dreyfuss a nuestros días / La marcha de las ideas

Image: Los intelectuales en Francia. Del caso Dreyfuss a nuestros días / La marcha de las ideas

Ensayo

Los intelectuales en Francia. Del caso Dreyfuss a nuestros días / La marcha de las ideas

Pascal Ory y Jean François Sirinelli / François Dosse

19 julio, 2007 02:00

A la izquierda, Emile Zola; a la derecha, arriba Sartre, y abajo, Michel Foculat, prototipos de intelectual. Foto: Archivo

Universidad de Valencia / PUV, Valencia, 2007. 337 pp, 22 e - Universidad de Valencia/UPV, Valencia, 2007. 587 pp, 22 e.

Por diferentes que sean sus enfoques, los estudiosos de la figura del "intelectual" en cuanto distinta de la del mero erudito o del "hombre de letras" del humanismo renacentista parecen estar de acuerdo en lo que afecta a su lugar y fecha de nacimiento. Bajo la acusación de espionaje a favor de Alemania, un consejo de guerra condenó a finales del XIX al capitán francés de origen judío Alfred Dreyfuss -posteriormente reconocido inocente y rehabilitado- a reclusión perpetua en la isla del Diablo. El 14 de enero de 1898 apareció en el diario "L’Aurore" un "Manifeste de intellectuels" en el que Clemenceau, en compañía de Anatole France, Léon Blum, Marcel Proust y otros muchos escritores, artistas, periodistas y profesores, exigía la revisión del proceso. En pleno debate nacional sobre el tema, que alcanzó enseguida un a extrema resonancia y dividió a los franceses, Zola publicó una carta abierta encabezada por un impactante "J’accuse" urgiendo a tal revisión. Por su parte, Charles Maurrás, dando voz al flanco opuesto, predicó, en pleno enfrentamiento entre los que decían defender los valores de la verdad y la justicia, y los que llamaban a una movilización general a favor de la autoridad y el orden,un "nacionalismo integral" contra alemanes, protestantes y judíos que, en realidad, apuntaba directamente contra la república y sus fundamentos ideológicos. Así surgió, de la mano de la creciente evidencia de la eficacia política de la cultura, potenciada por la aparición de medios de difusión de los que no dispusieron románticos ni ilustrados, lo que a lo largo del siglo XX se ha entendido, más allá de los inevitables condicionamientos franceses del asunto, como "intelectual". Un intermediario, en realidad, entre el mundo y lo universal, entre lo Justo, lo Verdadero, el Bien y el entorno de la Ciudad. Un escritor, profesor o artista que sólo ocasionalmente abandona su actividad creativa para protestar, con autoridad suprema, contra una injusticia o manifestar, en un momento dado, su opinión, de alto valor, sobre lo bueno y lo malo.

El exhaustivo estudio de Ory y Sirinelli se centra en Francia, en todo un siglo de su historia cultural y política, pero su interés trasciende por fuerza ese marco. Cierto es que los momentos, hoy muy lejanos, de la hegemonía cultural francesa coincidieron con los del esplendor de ese tipo de intelectual en su variante "comprometida" del modo sartreano. Y cierto es también que fueron franceses los dos críticos más influyentes de las peores tentaciones del intelectual, la de Julian Benda y la de Raymond Aron. Pero tal constatación no agota el tema. La teorización de las sucesivas formas del intelectual -"intelectual orgánico", "intelectual sin ataduras", "intelectual sin mandato", etc.- se ha debido a autores como Gramsci, Mannheim o Gönter Grass, por más que haya sido nuevamente un francés, Michel Foucault, quien mejor ha tal vez caracterizado al intelectual -¿residual?- de nuestros días, muy ajeno ya a todo sueño universalista, como "intelectual específico".

¿Qué función complen hoy, en efecto, los herederos de los viejos mandarines? No faltan quienes arguyen incluso su superfluidad en este mundo heteróclito y multifocal que hoy nos ha tocado vivir. (Por cierto, que suele olvidarse que Ortega fue uno de los pensadores europeos que más tempranamente, es decir, a finales ya de la cuarta década del pasado siglo, llamaron la atención sobre la devaluación de la figura del intelectual "tradicional": "Saber, tener, urdir poemas... son cosas que van de suyo, como trabajar en la fábrica, vender en el mostrador o viajar en autobús... Ser (hoy) intelectual no es ser nada en particular. Hoy, en efecto, es todo el mundo un tanto o un cuanto intelectual...") Es evidente que, como argumenta François Dosse en su interesante obra sobre la dinámica de las ideas, "el destino funesto de las utopías en el siglo XX, así como la tecnificación de los saberes, su parcelación apartada de todo proyecto global, han favorecido el triunfo de una cultura de expertos, que tiene una fuerte propensión a soslayar el control democrático y a privar a los ciudadanos de todo dominio sobre su porvenir".

Pero eso no evita, como el propio autor reconoce, que sean necesarias voces que ayuden a entender mejor el mundo actual y sus líneas de fuerza. Sin olvidar, por otra parte, que en la articulación de este mundo, el trabajo intelectual -incluido , claro es, el científico- juega un papel muy superior al que pudo jugar en cualquier época anterior. De ahí que la historia de los intelectuales pueda -y tal vez deba- plantearse también, más allá del usual politicismo, como una historia específicamente "intelectual", una historia capaz de habérsela con la "vida de las ideas" a través de un ir y venir constante entre el pasado y las preguntas que le planteamos a partir de nuestro presente". A la caracterización de las diferentes variantes de este tipo de historia está, en realidad, dedicado el notable libro de François Dosse sobre la lógica de la vida intelectual.