Image: Pequeñas doctrinas de la soledad

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Ensayo

Pequeñas doctrinas de la soledad

por Miguel Morey

26 julio, 2007 02:00

Miguel Morey. Foto: Agustín Pardo Salgado

Ed. Sexto Piso, 2007. 460 páginas. 30 euros

Miguel Morey es, sin duda, uno de los pocos filósofos que hay en este país. No tiene una bibliografía abundante, pero posee algún título magnífico, como Camino de Santiago, o Lectura de Foucault.

Pequeñas doctrinas de la soledad es una necesaria colección de escritos suyos, que ponen de manifiesto la coherencia de una actitud filosófica que cumple en toda circunstancia el imperativo délfico del "conócete a ti mismo". El libro comienza con una espléndida aproximación a esa compañía que establece la diferencia radical entre nuestra condición y otras especies vivas: la que podemos tramar o entablar con nosotros mismos. Poseemos, en tanto que seres humanos, la gran prerrogativa de trabar contacto con ese daimon que se nos presenta en la soledad.

La filosofía explora y despliega esa actitud que establece nuestra distinción con el Mono Triunfa- dor, disfrazado con atributos hu- manos, al que Morey dedica algunos párrafos hirientes. Esa antigua ocupación, de origen ateniense, conducía a Sócrates a promover, en sí mismo, cierto retraimiento en el diálogo interior consigo como premisa del cultivo de su vocación de perpetuo diálogo con amigos y enemigos.

Esta onda de meditación reflexiva e introspectiva marca el estilo de Morey y se expande a través de las páginas del libro. Establece su singularidad de filósofo en la alternancia de la docencia y la escritura: el filósofo usa como medios propios y específicos pluma y palabra, u ordenador y enseñanza. Por lo mismo está abocado a reflexionar sobre ese importante nexo de la cultura oral y escrita. Eso conduce inevitablemente, en Mi- guel Morey, a encontrarse con Platón, y a comprender que éste, a despecho de opiniones superficiales, constituye el paradigma mismo de lo que por filosofía puede entenderse. Platón surge como la más genial reflexión sobre el medio transformado de la relación entre memoria oral y literatura alfabética. La concepción de Platón que tiene Morey sigue las pautas, sobre todo, de las reflexiones sobre la escritura alfabética de Havelock o Derrida. Quizás se echa a faltar un registro y una aproximación a ese Platón remozado y transformado que está promoviéndose a través de una valoración nueva de su "doctrina esotérica" (escuela de Töbingen, sobre todo).

Platón y Nietzsche: el alfa de la literatura filosófica, y el omega de la misma. Ambos grandes filósofos. Ambos grandísimos escritores. La filosofía es siempre literatura. Y hará bien ésta en no escatimar u omitir esa vecindad que le honra. Por esa razón desfilan por estas páginas tanto filósofos como literatos. Entre éstos Morey posee cierta predilección por los que solemos llamar malditos: Samuel Beckett, Artaud, Malcom Lowry, Bataille, el propio Nietzsche. Sólo rompe la nómina de réprobos y desclasados el gran filósofo griego, fundador de la filosofía. Pero Platón es, además de Sócrates, también Protágoras, Gorgias, Trasímaco. Por sus diálogos desfilan figuras de contrastado carácter y desinto.

El libro de Morey vuelve una y otra vez sobre sus propios pasos filosóficos: la escritura de la filosofía, el vínculo de ésta con la enseñanza oral. Sus principales referencias magistrales están sesgadamente presentes: el citado Foucault, Giorgio Colli, Gilles Deleuze, Jacques Derrida. El libro significa, en cierto modo, una miscelánea de temas y de motivos en los que el autor plasma su mundo. La unidad inexorable del libro se cifra en la actitud, o el éthos, que en todas sus páginas resplandece. Y ésta la da, sobre todo, el estilo de su autor.

Miguel Morey es uno de los (pocos) filósofos de este país que sabe escribir. Eso en un medio bastante desnortado puede pasar por ser un inconveniente. El colectivo de la filosofía peca, en nuestros medios hispanos, de estrechez de miras, incluso de cierto analfabetismo generalizado (si se exceptúa la pequeña parcela especialista de cada uno). Recuerdo la primera reacción de un colega ante mi primer libro: ¡Esto no es filosofía; es literatura! Quien así clamaba no tenía a la literatura en alta estima. Eso sucedía en pleno auge de las filosofías positivistas y analíticas.

Hoy importa, sobre todo, evitar la disolución postmoderna de la filosofía en un concepto falaz de lo literario. Por esa razón quizás la reflexión de Morey insiste en la peculiaridad de ese oficio y vocación que quiere acercarse a la sabiduría: cortejarla, desearla, amarla. Podría haberse llamado también, este libro, Definición de filosofía, pero prefiero el discreto título elegido.