Image: Byron. El último viaje

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Ensayo

Byron. El último viaje

Harold Nicolson

8 noviembre, 2007 01:00

Byron. Foto: Archivo

Trad. E. Junquera / Siruela, 2007 / 355 págs. 22,50 euros

No son muchas las obras del diplomático y polígrafo Harold Nicolson (Teherán, 1886-Kent, 1968) disponibles en castellano: amén de su Diplomacia, libro de referencia en su ramo, y de algún que otro estudio histórico, la práctica totalidad de los libros de quien fuera marido de la escritora Vita Sackville-West son casi desconocidos en España. Por ello hay que congratularse de la publicación de este documentado ensayo sobre el último año de Byron: no tanto por su novedad (fue publicado en 1924, en el centenario de la muerte del célebre poeta), como por suponer un excelente ejemplo del tono y el estilo de un autor que, por no haberse dedicado predominantemente a la narrativa o la poesía, no ocupa el lugar que merece entre los escritores de su tiempo.

En efecto, las cualidades y la personalidad de Nicolson son bien visibles en este estudio. La figura de Byron es abordada desde un prudente descreimiento de los mitos victorianos acumulados sobre ella, y las circunstancias y personajes que concurren en el último tramo de la vida del poeta son tratados con el distanciamiento y la ironía correspondientes. No le falta a Nicolson autoridad para ello: su conocimiento de la tradición literaria británica, en general, y del medio literario en particular le proporcionan una peculiar agudeza para evaluar el calado de muchos de los nombres secundarios que rodean al atribulado Byron en su última gran aventura: su participación en la guerra de independencia de Grecia. El instinto de Nicolson le permite ver, por ejemplo, el cariz pedigöeño y resentido del periodista, poeta y libelista Leigh Hunt, cuyas ruinosas aventuras periodísticas de signo liberal-radical se convierten en una onerosa carga económica para el descreído Byron; o la escurridiza personalidad del exaltado -y, a la postre, oportunista- Trelawny, que ha pasado a la Historia como "amigo" de Shelley y Byron, aunque a este último literalmente lo traicionó, al apoyar al caudillo local Odysseus en vez de al líder constitucionalista respaldado por Byron.

El memorialista nato que hay en Nicolson sabe captar el carácter de estos personajes con el mismo desparpajo con el que retrata a sus propios contemporáneos en sus celebrados Diarios. Para ello utiliza, además, generosas citas de las obras que todos ellos publicaron en la estela de la fama póstuma de Byron. Cabe destacar, entre estos testimonios, el de lady Blessington, que conoció a Byron en Italia poco antes de la partida de éste a Grecia, y anticipa así su encuentro: "Espero que no esté gordo… Porque un poeta gordo es, en mi opinión, una anomalía".

Más que a un poeta gordo, lo que lady Blessington encontró en Italia fue a un poeta hastiado que añoraba alguna clase de redención personal; no tanto por arrepentimiento de su más o menos escandalosa vida, como por hartazgo de sí mismo y del alto grado de convencionalismo que uno acaba encontrando incluso al fondo de las más pertinaces transgresiones. Su amante italiana, Teresa Guiccioli, se había convertido en un gentil incordio; como lo era también el hecho de que la vida del poeta en Italia se hubiese convertido en una especie de atracción turística para los viajeros ingleses… Grecia era una oportunidad para demostrarles a éstos -y a sí mismo- que aún era capaz de rematar una empresa verdaderamente valiosa.

Lo que cosechó, como éste y otros libros han dejado bien claro, fue una sucesión de decepciones y fracasos. Aunque antes de desengañarse y volver sobre sus pasos, Byron se aferró a la aventura griega como si fuera consciente de que, a la larga, la justicia de su causa iba a triunfar sobre los particularismos y disensiones, y de que su mera presencia allí ofrecía a los griegos algo singularmente valioso en aquellas circunstancias: un símbolo y un catalizador de simpatías exteriores. Su muerte contribuyó decisivamente al triunfo de esa causa, hasta el punto de que el diplomático y filoheleno Nicolson afirma que, sin ella, la historia del Mediterráneo Oriental hubiera sido otra. Y hemos de creerle, siquiera sea porque, como él, creemos más en la trascendencia de los actos individuales que en las ciegas metafísicas en las que otros cifran el destino de los pueblos.