Lo que no puedo olvidar
Anna Lárina
20 diciembre, 2007 01:00Anna Lárina
Hay libros estremecedores, no sólo por lo que cuentan sino por lo que callan. Percibimos así la contención emocional de cada pasaje silenciado en estas memorias de Anna Lárina, viuda de Nikolái Bujarin, "hijo dorado de la revolución", en palabras de Lenin, sentenciado a muerte por Stalin, bajo la acusación de sabotaje, terrorismo, desmembramiento de la URSS, atentados contra el propio Stalin y participación en el asesinato del dirigente Kírov. Tras la detención de Bujarin en 1937, Anna Lárina será separada de su hijo de diez meses y enviada a una sucesión de cárceles y campos de trabajo siberianos. Con una resistencia inquebrantable sobrevivió más de 20 años en el gulag estaliniano, soportando condiciones extremas, humillaciones, celdas de castigo, juicios incesantes y condenas sumarias aplazadas.Anna Lárina explica su fortaleza por una promesa hecha a su esposo en la víspera de su detención. Nikolái Bujarin, el carismático "hijo predilecto" de Lenin, brillante orador, uno de los ideólogos fundadores del Estado Soviético, miembro del Politburó, editor de Pravda, partidario de una nueva política económica y de un "socialismo huma- nista", estaba seguro de que Stalin no tendría piedad y pidió a su esposa memorizar una carta-testa- mento dirigida a las futuras generaciones. En su testamento político, Bujarin rechaza toda acusación y describe el estado de terror de Stalin como una "maquina infernal con métodos medievales" de un poder titánico que desplegaba una maraña implacable de calumnias.
El terror y la represión devastan documentos históricos y pruebas escritas, pero no siempre alcanzan las fronteras de la memoria individual de los supervivientes. La férrea voluntad de Lárina nos recuerda el coraje de otra mujer represaliada por Stalin, Nadiezhda Mandelstam (Contra toda esperanza, Alianza, 1984), guardiana ella también del legado de su marido, el poeta Osip Mandelstam, igualmente masacrado por la maquinaria estaliniana.
La que fuera joven esposa, tal vez ignorante de algunas realidades camufladas por un marido veterano en la política (tal como apunta en su magnifico prólogo Antonio Muñoz Molina), se niega a aceptar que Bujarin conociera los sucios manejos del Kremlin y el peligro que le acechaba. Para Lárina todo ocurrió porque era demasiado inocente. Al percibir algunos silencios o imprecisiones del relato cabe hacerse una vieja pregunta:¿Es posible tener las manos limpias cuando se ha estado en connivencia con el poder corrupto?
Testimonio imprescindible que enfrenta una memoria dolorida a las mentiras de estado, los recuerdos de Lárina sobrepasan el límite de la resistencia humana para rememorar el suplicio del gulag y zanjar las cuentas con el Terror de Stalin.