Image: El descubrimiento del espíritu

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Ensayo

El descubrimiento del espíritu

Bruno Snell. Trad. de J. Fontcuberta

27 marzo, 2008 01:00

Safo(izqda.), en una ilustración de Lawrence Alma-Tadema.

Acantilado. Barcelona, 2008. 534 páginas, 29 euros

Lecturas como ésta vuelven innecesaria la ficción. También la filología griega puede ser inmensamente seductora. Quienes aman el mundo grecolatino están de fiesta. Un libro así actúa como imán sobre nuestras manos. Quien lo inicia no puede abandonarlo. Todo comienza con un fascinante acercamiento a Homero. El gran filólogo alemán se limita a constatar dos evidencias: en las grandes epopeyas homéricas no existe el alma ni el espíritu. Tampoco el cuerpo. Algo no existe si no puede reconocerse su existencia. Es postulado filológico el berkeleyano esse est percipi. Algo es, existe o se da si es posible percatarse de ello: si se tiene conciencia de esa cosa; si se la puede nombrar.

Homero no podía nombrar el cuerpo. La palabra sôma no significa cuerpo. Corremos siempre el fatal riesgo de confundir el lenguaje homérico con la lengua griega del siglo V. El vocabulario de los trágicos o de Heráclito nada tiene que ver con el homérico. Cuerpo, sôma, significa en Homero cuerpo muerto. Cadáver. Como si sólo en su forma inerte, sustraído el hálito vital, fuese el cuerpo cuerpo. Como si tan sólo en su presencia cadavérica compareciese unificado. En vida lo que desde los pitagóricos llamamos cuerpo no posee palabra alguna. O mejor, tres palabras se reparten la expresión. Palabras que aluden a miembros más o menos coordinados en movimiento.

Lo mismo el alma. No existe, no se da, no puede ser nombrada. Psyche en Homero es principio vital. La propia palabra significa en su etimología hálito. Alude a la respiración. Se reparte su significado con el célebre thymos, tan relevante en Platón. En Homero alude vagamente a un órgano de emociones y sentimientos diversos. Y Noús significa tan sólo percepción intuitiva, inteligencia espontánea, algo relativo al percatarse (ni por asomo nada que implique razonamiento e inferencia).

¿Cuándo, cómo, de qué modo se produce el descubrimiento del alma, del mundo interior, de lo que posteriormente se llamará Espíritu (desde el estoicismo hasta el idealismo)? Aquí aparece la genial intervención de este filólogo especializado en lírica griega. El alma no la descubre la religión órfica, pitagórica, mistérica, eleusina, coribántica (como puede pensarse siguiendo a Edwin Rhode, o al propio Werner Jaeger).

Es una mujer quien inventa el alma. Es una mujer quien descubre el mundo interior. Es una mujer quien desgaja emociones y sentimientos en el sentido en que aun hoy los reconocemos. Sabe complacerse en las cuitas de amor. Reconoce en ella el principio lírico en su quintaesencia. Eso sucede mucho antes de la "revolución psíquica del siglo XII" de que habla en su célebre libro Denis de Rougemont. Antes de trovadores y troveros. Antes de la materia de Bretaña. O de Tristan et Iseult. O de Minnesinger y demás cantores del amor desdichado. Una mujer, además, enamorada de otra mujer. O de otras mujeres. O que trae a Afrodita por testigo para que ese alumbramiento del Alma se produzca. En su natal isla de Lesbos ejerce su papel de partera de la lírica. Da un paso de gigante en relación a Baquílides. O a los primitivos Arquíloco y Tirteo. Prepara el terreno al gran Píndaro. Deja el camino expedito a los grandes trágicos y a los filósofos.

Este libro es un monumento a la gran poetisa Safo. El autor, especialista en lírica griega, muestra en el capítulo dedicado a ésta su gran descubrimiento. Con suma discreción puede pasar discretamente por uno más en medio de todos los que componen este libro extraordinario. Con muy buen criterio se han elegido las estupendas traducciones de Joan Ferrater de los líricos griegos (Arquíloco, Baquílides, Safo) para la edición. De este hilo rojo lírico se llega hasta Anacreonte. Y aun es posible al final una magnífica visita a la Arcadia de Virgilio, con referencia a sus églogas y a su Eneida. Con Virgilio y Horacio, en medio del siglo de oro de la paz augusta, termina este libro magnífico.

Publicado en 1946, mantiene toda su vigencia. Demuestra la necesaria conexión de filología y filosofía. Sin ésta, aquélla se pierde en un caos positivista. Constituye siempre la filosofía el hilo de Ariadna que alumbra la trabazón en los tramos del laberinto filológico. Pero la filosofía necesita siempre la filología para tomar vuelo. Debe hacer uso libre de los sustentos filológicos. Si se limita a hacer paráfrasis de éstos se arruina como filosofía.