La sentencia de las armas
Eduardo Gil Bera
17 abril, 2008 02:00Quizá no sea de todo sorprendente la apuesta por la existencia de Homero. Quizá lo sea más la indicación de que Homero escribió; es decir, que no se trata de un recitador, sino que su época es, ya, la época alfabética. Y sin duda ha de alterar algunas asentadas convicciones la tesis, sostenida por el autor con tenacidad, ironía y rigor, de que Homero escribió la Ilíada. Pero que tanto la historia como la literatura posteriores han de considerarle inocente de haber escrito (cometido o perpetrado) la Odisea. Desde hace siglos habían sorprendido, o inquietado, ciertas incoherencias entre las dos epopeyas.
Se ha dicho que La sentencia de las armas es un magnífico ensayo. Y así es. El autor opta por introducir su evidente caudal de información y conocimiento en un cauce extremadamente cuidado. La prosa fluye, y se dispone en breves capítulos que van aportando un dato a la trama, como si de una novela de intriga se tratara. Y hay intriga. Tras la muerte de Aquiles, y a las puertas de Troya, hubo una disputa para decidir quién iba a ser el heredero de las preciosas armas del ilustre difunto. Armas de origen divino y de heroico destino. La disputa enfrentó a Ulises y a Ayax. El primero salió victorioso en la contienda; el segundo se precipitó a los abismos de la muerte. El tema es conocido.
Conocido sí; pero no reconocido en lo que significa, sugiere Gil Bera: la sentencia de las armas es el umbral entre dos épocas de la historia y de la sociedad, es el combate y el juicio entre dos modelos de conducta, entre dos tipos -que Ayax y Ulises encarnan perfectamente-. La sentencia de las armas también es el quicio, o el muro, entre dos obras, la Ilíada y la Odisea. Una es de Homero.