Entre la cruz y la República
Daniel Arasa
29 mayo, 2008 02:00Foto: Antonio Escobar. Foto: LPO.
"La guerra civil española fue una contienda de malos contra malos". La frase de Paul Preston la recoge Daniel Arasa en el pórtico mismo del libro, al trazar en pocas pinceladas el marco histórico y político. No se trata de una mera frase hecha sino de una directriz que guía esta investigación por un camino que "nada tiene en común ni con los objetivos de los reivindicadores de la Memoria Histórica ni con sus opositores revisionistas". El autor toma de otro destacado hispanista, Gabriel Jackson, la expresión de buscar la verdad "en toda su gris complejidad". Y son palabras, todas ellas, que vienen a definir muy adecuadamente lo que aquí se relata, la biografía de un militar típico en una situación atípica: un conservador a los órdenes de un gobierno revolucionario, un católico que combate la "gloriosa Cruzada", un hombre disciplinado que sufre condena capital por el "delito de a-dhesión a la rebelión" .Antonio Escobar Huerta nació en 1879 en Ceuta, en una ciudad militar y en el seno de una familia militar. Se gradúa como teniente de la Guardia Civil en 1901 y sigue en el cuerpo la carrera usual de ascensos por antigöedad que le lleva al grado de teniente coronel en 1931 y a coronel en 1936. La guerra civil le sorprende en Barcelona, una eventualidad que marcará el resto de su vida. "Hombre de la vieja guardia", con alto sentido del honor y sentimiento visceral de obediencia, considera que la misión de la Benemérita y, por supuesto, de sus jefes, no es preguntar, ni mucho menos dudar, sino cumplir las disposiciones de la autoridad legítima. En aplicación de esos criterios, Escobar se limita en su alto puesto de responsabilidad a reprimir el levantamiento contra el régimen establecido. En otras palabras, el estricto coronel Escobar pone sus tropas a disposición del presidente de la Generalitat con todas sus consecuencias, una resolución que no le sería perdonada por los franquistas y que le terminaría costando la vida.
El cumplimiento inflexible del deber tal como él lo entendía no podía ser óbice para que Escobar no fuera consciente de su situación paradójica. Persona profundamente religiosa, se veía sirviendo a un gobierno que perseguía a la Iglesia. Patriota a la antigua, se encontraba al albur de ideales internacionalistas. La deriva republicana hacia el radicalismo político y social no podía más que exacerbar sus incertidumbres. Los "camaradas" de su bando recelaban de él. Dice Arasa que Escobar vivió toda la etapa en "permanente desgarro interior" pero reconoce que ello no explica por qué continuó sirviendo a un régimen que destruía principios básicos de su cosmovisión. Sólo le quedaba seguir, pese a todo. Combatió en el frente de Madrid y ocuparía más adelante distintas responsabilidades, ascendiendo a general con el apoyo de Azaña. Tras secundar el golpe de Casado, renunció al exilio y se rindió a las tropas franquistas. Sometido a procedimiento sumarísimo, fue condenado a muerte y fusilado en Montjuïc el 8 de febrero de 1940.