Image: El animal que luego estoy si(gui)endo

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Ensayo

El animal que luego estoy si(gui)endo

Jacques Derrida

11 septiembre, 2008 02:00

Jacques Derrida. Foto: Pierre Verdy

Trad. C. Peretti y C. R. Marciel. Trotta, 2008. 189 pp., 15 e.

El animal que luego estoy siendo. El animal que luego estoy siguiendo. Como en otros muchos casos, si no como siempre cuando de Derrida se trata, buena parte del argumento de este gran libro depende de la exploración del doble significado de una palabra. De una palabra francesa, suis (soy, sigo), y de sus imposibles y necesarias traducciones. Nada sorprendente: se sabe que Derrida ha sido un infatigable explorador de la lengua, de sus tradiciones y de sus traducciones, de sus múltiples traiciones. Y con la lengua, y en ella, el pensador francés -de origen argelino- nos ha enseñado a acosar, la palabra forma parte de su elenco más propio, los sentidos más ocultos en los significantes más manifiestos.

Lo sorprendente, quizá, de este libro pletórico de erudición -como siempre- y de sensibilidad -como nunca- es tal vez el "tema" al que se aplica: el animal, los animales. No anticipe el lector conclusiones previa lectura: sabemos que es un tema de moda, sabemos que hay manifestaciones en las calles y discusiones en los parlamentos, que hay un Proyecto Gran Simio y una Declaración de Derechos de los Animales. Iniciativas que pueden despertar la admiración de muchos y la suspicacia de más. Es posible que Derrida pueda arrojar luz sobre esos debates actuales: por el procedimiento, tal vez el único adecuado, de complicar las cuestiones en litigio. Pues Derrida habla de filosofía. Y de cómo la filosofía ha tratado al animal: al animal que luego estoy si(gui)endo. Así, en primera persona del singular y con un verbo oscilante que me atribuye una animalidad que a la vez parece querer negarme.

Escena inicial: Jacques Derrida, filósofo singular, está desnudo ante un gato, animal igualmente singular. El filósofo siente vergöenza ante la mirada del gato. Y siente, dice, vergöenza de sentir vergöenza. Ese cruce de miradas, esa proximidad de animalidades desnudas ¿es también un cruce o una proximidad de sentimientos? ¿de sufrimientos?¿un cruce o una proximidad de conciencias? ¿y de preguntas con o sin respuesta?

Como suele suceder en los libros, numerosos, del filósofo francés, las preguntas se vierten en cascada virtualmente infinita. E interrogan a toda una tradición de pensamiento que ha encerrado a todos los animales -sin poder ni querer establecer entre ellos diferencias filosóficamente relevantes- en una categoría única, en un presunto concepto, "el animal", que aparentemente tendría un significado unívoco. Desde el principio: desde el mito griego de Prometeo y su hermano Epimeteo; o desde que el dios bíblico encargó a Adán la tarea de denominar/dominar a todos los animales.

Pero es la filosofía moderna (Descartes, Kant, Heidegger, Levinas, Lacan) la que interesa especialmente a Derrida en este libro. Porque es ella la que gestiona, la que prolonga o la que culmina una antropología, incluso una teología, que usa "al animal" para proponer una definición del hombre que, bien mirada, tal vez apenas se sostenga. Ya desde Descartes, o sobre todo desde Descartes, el hombre es la diferencia con el animal: lo propiamente humano sería, precisamente, aquello de lo que el animal estaría privado. No tanto o no sólo la inteligencia, o el lenguaje, sino la respuesta, la capacidad de responder. Y la responsabilidad que en la respuesta va implícita. Momento importantesobre el que Derrida va operar un viraje sutil en el tercer capítulo del libro: ¿Y si el animal respondiese? Cierto es que a esa pregunta se podría añadir otra: ¿Y si el hombre no?

¿Quiere Derrida borrar la diferencia entre el hombre y el animal? No. Si algo ha interesado a Derrida a lo largo de su fecunda vida ha sido precisamente la diferencia. Lo que muestra en este excelente libro, en este texto de caudal teórico inagotable, de potencia problematizadora enorme, es que hay que tener cuidado con las diferencias mal trazadas, con las divisiones que se presentan ante nosotros con carácter de evidencia pero que es preciso pensar. El hombre y el animal, por ejemplo. Todo el problema consiste en diferenciar más; y mejor. No le extrañe al lector en cualquier caso que, entre gatos, perros y alguna serpiente, de lo que se trate en el libro es de un animal singular, del animal que denomina y domina: del animal que luego estoy si(gui)endo.