Baudelaire
César González-Ruano
18 septiembre, 2008 02:00Baudelaire
Nunca se habrá cumplido mejor el tópico que asegura que, cuando un escritor escribe sobre otro, lo hace sobre sí mismo, que en esta biografía de Baudelaire a cargo de González-Ruano. Ya en el prólogo se afirma que éste es un libro distinto a los muchos que su autor escribió con intención meramente mercenaria; y en sus Memorias de 1951, publicadas tres años después de la reedición del libro tras la Guerra Civil, y 20 años después de su primera edición, afirma que llegó a carecer de muchas cosas por haber renunciado, mientras ultimaba este proyecto, a las numerosas colaboraciones con que se ganaba la vida.Confidencias como ésta, siempre sospechosas, delatan el permanente atractivo que la bohemia ejerció sobre el conocido periodista. Y es esta atracción, y las complejidades estéticas, psicológicas y hasta eróticas que en ella se subliman, la que lleva al biógrafo a mostrar una sincera identificación con su personaje. Sí, a esta nota personal debemos el calor y pasión que todavía transmite esta biografía, y que hacen que pueda ser leída como una demorada declaración de principios, todo lo sincera que consiente el instinto teatral del gran exhibicionista que fue su autor.
A pesar de que es un libro bien documentado, el biógrafo se inclina más bien por organizar su materia prima en grandes manchas, a la manera de un pintor, y a trabajarlas a fuerza de enérgicas pinceladas personales, sin desdeñar la digresión, el excurso hacia la actualidad -hay alusiones malintencionadas a Ortega, a la "torturada y enfermiza" Maruja Mallo, etc.- o los juegos de estilo más o menos gratuitos, muchos de ellos resueltos en el más puro "ramonismo". Como también lo estaba el psicoanálisis, que es el método no declarado con el que González-Ruano modela a su atormentado personaje, atribuyéndole un inconfesado complejo de Edipo que condiciona su trayectoria amorosa; aunque, a poco mal pensados que seamos, cabe entender este interés por la vida sexual de Baudelaire como una escenificación de sus propias obsesiones. La edición de 1948 había de recortar muchas de las alusiones explícitas a estos menesteres. Y más morboso incluso que las fantasías que el biógrafo proyecta sobre su personaje es el recato, entre oportunista y cínico, con que tacha en la reedición palabras como "muslos" o "senos", según deja ver esta edición, que destaca gráficamente lo suprimido -aunque no muestre el mismo celo en perseguir las numerosas erratas-.
Aunque tampoco éstas sientan del todo mal a este escritor esteticista, anacrónico y, a la vez, producto de una época y unas circunstancias peculiares. Más arduo resulta explicar su relevancia actual. Tal vez se deba a que, con todas las borracheras de modernidad artística que hemos querido infligirnos, estamos más necesitados que nunca de este recordatorio de lo que realmente nos emociona y divierte todavía.