Lluvia roja / En las montañas de Holanda
Cees Nooteboom
17 julio, 2009 02:00Cees Noteboom. Foto: Jaime Villanueva
La radio y la televisión están presentes hasta en los pueblos más pequeños, pero eso no impide que la información sufra cómicas distorsiones. Cuando muere Grace Kelly, una vecina presenta sus condolencias a un perplejo Nooteboom. Algo semejante nos cuenta Goytisolo en Campos de Níjar sobre la estrechez de miras de la España profunda, donde se presupone que todos los extranjeros están vinculados por alguna forma de parentesco. Esta ingenuidad convive con una crueldad ancestral. Nooteboom no se atribuye ninguna clase de superioridad moral, pero le cuesta entender la aspereza con los animales domésticos: perros encadenados, gatos famélicos, burros uncidos a un trabajo agotador. Nooteboom afirma que, pese a todo, los españoles quieren a sus animales. Aficionado a las vísceras, Nooteboom no se considera la persona más indicada para juzgar una cultura ajena. Con un talento descriptivo que recuerda al Buey desollado de Rembrandt, Nooteboom relata sus filigranas culinarias con los intestinos, los pulmones, el corazón, la lengua, el cerebro, los genitales, es decir, con toda la materia del animal sacrificado. Entiende que hay algo sagrado en esta forma de cocinar. Aprovechar todos los órganos es una manera de comulgar con la vida arrebatada.
Las peculiaridades gastronómicas de Nooteboom no están reñidas con el amor a los animales. Lluvia roja comienza con una evocación de Murciélago, una gata que adoptó a Nooteboom tras vivir una breve temporada con otro humano. El mundo de los gatos es totalmente impermeable y no se parece al de ninguna otra especie. Más que aristócratas, son amantes discretos, con una elegancia espiritual indiferente a los celos. Aparecen y se esfuman, como sucedió con Murciélago. Escéptico en materia religiosa, Nooteboom confiesa que Murciélago no es un recuerdo, sino una presencia que insinúa la posibilidad de la inmortalidad. Su amor a los gatos y a los perros se extiende a los árboles. Mediocre jardinero, cuida un ciprés, un hibisco rojo y rosado, los pinos que ofrecen sus ramas a las palomas y una buganvilla morada que escala por los muros de su casa. El esplendor del jardín declina con sus ausencias, pues sólo pasa tres meses en Menorca. "Un jardín sin jardinero está triste y se venga". Si es cierto que un jardín es el retrato del alma, Nooteboom es un hombre desarraigado, incapaz de permanecer mucho tiempo en el mismo lugar. De hecho, el resto de Lluvia roja es la evocación de los primeros viajes de un joven con una firme vocación literaria.
En las montañas de Holanda está inspirada en La Reina de las Nieves, la fábula de Andersen que -en manos de Nooteboom- se convierte en una fantasía erótica ambientada en ese Sur luminoso y deslumbrante que siempre ha fascinado a los escritores del Norte de Europa. Al igual que las fronteras, los géneros literarios pueden sortearse y Nooteboom posee el espíritu del viajero que ambiciona agotar el mundo, antes de ser polvo en la noche perpetua de la eternidad.