Ensayo

Los apóstoles y los primeros discípulos de Cristo

Benedicto XVI

4 diciembre, 2009 01:00

Benedicto XVI. Foto: Giuseppe Cacace

Trad: Patricia Cañizares. Espasa, 2009. 207 pp., 20 e.


Éste es un libro en el que Benedicto XVI (Marktl am Inn, Baviera, 1927) ha vuelto por sus fueros. Lo digo porque una de las características de su obra teológica ha sido siempre la inusual combinación de profundidad y claridad y cierto carácter que llamaríamos "sinfónico" que compartió con la obra de su amigo y también teólogo Urs von Balthasar. Ambos valoraron siempre la capacidad de penetración de la belleza, no digo como táctica expositiva, sino como elemento sustancial de la realidad humana. La afición de ambos a la música sinfónica está en estrecha relación con lo que digo. Y, en el caso del Papa, también lo está la manera de concebir su libro de mayor envergadura como obispo de Roma (Jesús de Nazaret, La Esfera, 2007) y éste de ahora.

En Los apóstoles y los primeros discípulos de Cristo se reúne un conjunto de textos que fue leyendo en las audiencias habituales de los miércoles durante 2006-2007 y que estaban destinados a componer un ensayo de calidad acerca de los Doce. Los editores no han limado la redacción y, al principio de bastantes de los 30 textos, recuerda el Papa lo que ha dicho en el anterior, a fin de remozar la memoria de la gente o para ponerla en antecedentes. No es algo, sin embargo, que estorbe la lectura ni que quite al conjunto la coherencia a la que me he referido. Más bien viene a mostrar que, en esas audiencias, Benedicto XVI desarrolló un programa preconcebido o -quizá- troceó un libro ya escrito. Sea como fuere, es una obra redonda y de fácil lectura, al tiempo que notablemente enjundiosa. Pero no es un libro erudito. El estudioso echará incluso en falta las referencias bibliográficas en que se apoyan algunas de las afirmaciones; por ejemplo, cuando presenta a san Andrés como un hombre de formación helenística, que posiblemente sabía griego. El hecho se comprende porque su lugar de origen, Betsaida, era una comunidad galilea notablemente helenizada. Pero el lector recuerda de inmediato que san Andrés era hermano de Pedro y se le funde, por lo tanto, la imagen de un san Pedro rudo, que sólo sabía pescar.

La razón de ser más profunda de la visión de conjunto que se da de los Doce la expone Ratzinger en las primeras páginas y reaparece a lo largo del libro: fueron Doce, probablemente, porque vinieron a evocar que las tribus de Israel eran doce y lo que pretendía Jesucristo era que se renovara su pueblo. Sólo que, ahora, se trataba de que Israel fuese sinónimo de familia humana. De familia humana y de un ámbito singular, al tiempo escatológico y temporal, que no sabemos cómo llamó -probablemente, kénista, en arameo- pero que se tradujo al griego ekklesía, que era como se denominaban las asambleas que no tenían necesariamente carácter religioso.

El grueso del libro es una colección de semblanzas de los Doce, incluidos Judas y Pablo, y de varias mujeres y varones que aparecen también en las páginas del Nuevo Testamento. El fuerte de Benedicto XVI está en la interpretación doctrinal, no en la biografía ni en la historia. Pero no faltan rasgos históricos y psicológicos notablemente penetrantes. En suma, es un libro ameno, afectivo, profundo; merece la pena leerlo. No tiene el alcance teológico de Jesús de Nazaret. Pero, por eso mismo, lo entenderá más fácilmente quien no esté avezado en teologías.