Casanova. Historia de mi vida
Giacomo Casanova
4 diciembre, 2009 01:00Así vio a Casanova su hermano Francesco en 1750.
Giacomo Casanova veneciano, que se dio a sí mismo -a partir de 1760- el título de Caballero de Seingalt, nació en 1725 en la República Serenísima y murió en el castillo de Dux en Bohemia (hoy Duchov en Chequia) en junio de 1798 a la edad de 73 años, tras una vejez un tanto lamentable y cuando ya sus hazañas amatorias quedaban muy lejos. Naturalmente la reputación que ha pervivido de Casanova es la de un libertino dieciochesco, aventurero y Don Juan. Su libro autobiográfico (Histoire de ma vie) no desdice esa leyenda, pero nos deja entrever, entre viajes y episodios galantes, que Casanova se tenía por un ilustrado y hombre de varios saberes. De hecho en vida sólo publicó una parte célebre de sus memorias, La historia de mi huida de la prisión de los Plomos editada en Praga en 1787, pero publicó además relatos históricos, traducciones, libretos y otra traducción al italiano de la Ilíada de Homero en tres volúmenes. Quizá pocos saben, item más, que el libreto del célebre Don Giovanni de Mozart fue una colaboración entre Lorenzo de Ponte y Casanova. De otro lado, y aunque su fama de ancho seductor es más que merecida (en una amplísima escala de edades) como sugiere Azúa en su prólogo , "rara vez seduce sino que más bien se deja seducir". Además es acaso el único Don Juan famoso que no es un misógino disfrazado de galanteador, sino que trata con respeto a sus amantes y hasta se da una razón ética por la que se prohibe aprovecharse de las damas en estado de ebriedad.
Las mal llamadas memorias de Casanova (bien lejanas de las Confesiones de Rousseau) no son, como se creyó largamente, una larga serie de episodios de seducción y amor en un individuo dotado de una líbido importante, sino que -nuevamente sin desdecir lo anterior- son un espléndido retrato de la Europa de su tiempo (llegó desde Madrid a Moscú) y de muchos de sus más notorios personajes.
Su episodio español (que está en el segundo tomo) nos muestra no sólo el brillo de los nuevos palacios reales y la seña de algunos ilustrados sino el terrible estado de postración en el que vivía el país, empobrecido, a causa del rigor católico-inquisitorial y eso que estábamos en el más tolerante siglo XVIII. Casanova se va de España ( por Barcelona hacia Francia) porque ni sus más poderosos amigos pueden apartarle de la persecución de la Inquisición, que probablemente algo sabía ya de su leyenda impía, aunque él abrirá su libro declarándose creyente. Por lo menos ha tenido una simpática aventura con doña Ignacia, ha conocido a Mengs, pintor de la Corte, y hasta pretende aportar a los ministros del rey un plan para la colonización de Sierra Morena.
Sería absurdo en unas líneas intentar pasar revista a tantas aventuras y tantos viajes. Bástenos decir que, entre revolcón y trapisonda, no faltan en el texto muchas reflexiones y noticias que vuelven a acreditar el carácter plural y no poco pantagruélico de este libro ilustre. Casanova era veneciano, pero escribió en francés (un sabroso francés donde no faltan ni coloquialismos ni italianismos) porque el francés fue, como es sabido, la lengua franca de todos los ilustrados y aristócratas de Europa en aquel siglo.
Usó Casanova un estilo culto a ratos pero que, como bien apunta el abnegado traductor, es básicamente un estilo que propende a la oralidad, como si aquel viejo decadente que escribe casi sin descanso en el helado castillo del conde de Waldstein, que le ha dado protección, sintiera estar contando su fabulosa vida (en la que probablemente no falta algo de autoficción) a un grupo de contertulios que le escuchan y que, en verdad, no existieron.
Casanova fue atendido en su enfermedad final por un sobrino suyo, Carlo Angiolini, que llegó a Dux desde Venecia, donde su tío había vuelto a ser desterrado. Ese sobrino se hizo cargo del enorme manuscrito en el que su tío había trabajado hasta el fin (Histoire de ma vie) pero terminó vendiéndolo en 1820 al editor alemán Brockhaus de Leipzig, por lo que la primera edición de las memorias -aunque expurgadas ad usum Delphini- saldrían traducidas al alemán y en 12 volúmenes entre 1826 y 1838. Pero la historia del manuscrito es compleja (casi de milagro se salvó de ser destruido durante la Segunda Guerra Mundial) y sólo pasada la medianería del siglo XX conocería una edición como es debido, basada en ese ajetrado manuscrito original.
Quizás porque Giacomo Casanova conoció a Cagliostro y a Saint-Germain, dos de los grandes embaucadores y ocultistas del Siglo de las Luces, las memorias de nuestro veneciano -de terrible y larga vejez- han estado rodeadas de un aura empecatada y mefítica. No la merecen. No sólo porque no seamos ya oscuros inquisidores, sino porque el libro es un radiante canto (con cárceles y fugas) a la alegría de vivir y gozar y al sano epicureismo de combinar los sentidos con el uso de la razón y de la inteligencia. Monumento al placer y al conocer, los dos grandes tomos de Historia de mi vida nos presentan cabalmente a un personaje poliédrico, que como dice al inicio (citando de memoria a Cicerón) "Nada sabe quien no sabe de sí mismo". El testimonio vivo de un tiempo y un clásico de la literatura universal. Nada más, nada menos.
ALGO PERSONAL
-¿Cómo sale Mauro Armiño de la experiencia de tan colosal traducción?
-Tras tres años y medio salgo algo agotado, aunque de forma muy distinta a cómo quedé tocado con Proust, todo mundo interior, cuando Casanova es todo exterior, acción continua.
-¿Qué dificultades afrontó?
-La primera fue regularizar el texto pues Casanova escribe al final de sus días, sin apenas notas, fiado sólo en su memoria. En la mis-ma página puede escribir de distinta forma un apellido. Y el segun-do problema fue resumir en el mínimo espacio de las notas toda la información que un siglo de casanovistas ha logrado descubrir.
-¿Se ha sentido, en algún momento, "en el cerebro del autor"?
-No, estas memorias, aún escritas con tal cercanía que Casanova parece contarlas oralmente, imponen su distancia. Es tan individualista que el lector sabe que está frente a un espécimen único.