Ensayo

30 días en Sidney

Peter Carey

16 abril, 2010 02:00

Trad. de Fabián Chueca. Herce. 222 pp., 18'50 e.


El australiano Peter Carey (1943) es uno de esos autores de trayectoria tan irregular como sorpresiva; tan pronto se revelan como magníficos narradores, como pinchan en hueso estrepitosamente, tal el caso de este libro de viajes por la ciudad de Sidney y alrededores. Y no precisamente porque el libro esté mal planteado, sino por una calamitosa elección del tono que convierte en impostada hasta la más mínima información histórica acerca de la ciudad.

A ratos produce el efecto de ese falso naturalismo de algunos documentales televisivos en el que dos personas que supuestamente están teniendo una conversación normal se descuelgan con frases del estilo: "A propósito, Joe, ¿sabías que en estas montañas, hace más de mil años, vivió la tribu olmeca…?". Se desconoce si Carey quiere hacernos creer que esas son la verdaderas conversaciones que tiene con sus amigos;en cualquier caso, es casi el único recurso literario que se utiliza aquí para enmorcillar históricamente un texto que no consigue levantar el vuelo en ninguna de sus variantes. Treinta días en Sidney no es ninguna de las cosas que podría habernos interesado; no es ni una memoria sentimental de la ciudad, ni una memoria sentimental del exilio de la tierra natal, ni un documento al uso sobre la historia y la evolución del territorio y sus gentes.

Si ya resulta extremadamente complicado hacer buena literatura de viajes, hacerla acerca del propio país incluye una tentación perniciosa que Carey tampoco consigue evitar en este texto; la de la chulería de quien piensa que nadie conoce su país mejor que él mismo, y la del chauvinismo ramplón: "En todo el mundo, ¿qué playa metropolitana podría igualar a ésta? ¿Río? Nunca he estado allí. ¿Venecia? ¿Santa Mónica? No me hagan reír". Y es que el tono de todo el viaje es semejante, una especie de compás que alterna entre "pimientos, los de mi pueblo", y una batiburrillo de anécdotas que no terminan de interesar casi nunca.

De otro lado, y resulta tanto más doloroso comprobarlo cuanto más se descubre el interés que podría haber tenido una narración bien construida sobre Sidney, quedan los verdaderos temas del libro apenas sin tratar: la delirante construcción de la ciudad, que comienza desde la elección para su ubicación hasta su trazado urbanístico; la hostilidad natural que conforma el carácter australiano, los vaivenes históricos -del maltrato y la esclavitud hasta el reconocimiento más considerado- con respecto a los pueblos aborígenes, etc. Hasta la primera frase de este libro, de estos Treinta días en Sidney, resulta profética: "No confío en poder transmitir al lector la idea que yo tengo de la belleza del puerto de Sidney". Ciertamente.