Image: Los hermeneutas de la noche. De Walter Benjamin a Paul Celan

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Ensayo

Los hermeneutas de la noche. De Walter Benjamin a Paul Celan

Ricardo Forster

16 abril, 2010 02:00

Walter Benjamin. Foto: Archivo

Trotta. Madrid, 2009. 166 páginas, 15 euros


En una ocasión Ortega definió al hombre como un ser "forastero, emigrado, desterrado". Y su vivir, como un "existir fuera de sí, consignado a lo otro". Es posible, sí, que el extrañamiento y el desarraigo figuren muy centralmente en la lista de nuestros invariantes antropológicos. Pero lo que está fuera de toda duda es que constituyeron, junto con la excepcionalidad y la desorientación, la entraña de la experiencia que del siglo XX hicieron no pocos de los que tuvieron que padecerlo, entre el sonido de las armas, los éxodos y el terror político durante su primera mitad, cuanto menos.

Los que se vieron arrojados, en fin, a la experiencia de la noche. Una experiencia de la que, según esta obra incisiva, forman parte también la canalización, el vacío moral, el sinsentido y la degradación del lenguaje que latirían hoy bajo los frágiles esplendores de la sociedad del bienestar.

Los hermeneutas de la noche, cuyo perfil esencial nos devuelve Ricardo Forster (Buenos Aires, 1957) -Benjamin, Steiner, Celan, Scholem y Adorno- tienen un iluminador rasgo en común: el judaísmo. Un judaísmo a cuya luz "lo judío" ocupa en nuestro mundo "un lugar extremadamente difícil y decisivo, un carácter políticamente disruptivo, inaceptable desde las lógicas de la identidad antológicamente afincadas". Y que alimenta, a la vez, esa experiencia mesiánica que llevó a Walter Benjamin, por ejemplo, a basar el concepto de progreso sobre la idea de catástrofe, concebida como "lo que ya está dado en cada situación", como el simple hecho de que "las cosas sigan como antes".

Nada más lejos de la voluntad de Forster, decidido siempre a tomar partido por lo políticamente incorrecto, que llevar a cabo una exégesis académicamente neutral de unos pensadores extraterritoriales que representan lo mejor de la tradición crítica de la cultura europea. Su lectura es "absolutamente parcial e interesada".

Eso le ha permitido, por ejemplo, poner en diálogo a Benjamin con Carl Schmitt desde la consciencia de que "en ciertos pensadores reaccionarios, confesos militantes de las causas de la derechas más duras de los siglos que acaban de cerrarse, se encuentran, muchas veces, intuiciones intelectuales sobre el carácter de la época que difícilmente podemos hallar en el mundo de los pensadores progresistas". Como le ha permitido también, en el hermoso elogio del "anacronismo" de Adorno que nos ofrece, que "leerle hoy, prestar atención a sus itinerarios por los mundos de la filosofía o del arte, es reclamar esa anomalía ante la clausura que los dispositivos académicos suelen producir".

O releer a Celan, al hilo de una agudísima reconstrucción del comentario que en su día le dedicó Jean Bollack, como un poeta de la violencia exterminadora, testigo y protagonista a un tiempo en su obra de la barbarie en la lengua. Pero también como un habitante expulsado de una morada originaria, de un lugar "en el que vivían hombres y libros"sobre el que cayó una noche larga y terrible. Y, sobre todo, como un superviviente que en su precario exilio vital conserva, por mucho que no ignore que las promesas de redención quedarán incumplidas, una convicción: la de que "en medio de todas las pérdidas sólo permaneció, accesible [...]… una cosa: la lengua". Esa lengua que según Scholem tal vez algún día tendrá que volverse contra los que la hablan.

Sea como fuere, si algo se desprende de esta reconstrucción propuesta en Los hermeneutas de la noche es que el pensamiento de estos pensadores resulta incompatible con la soltura nihilista que "declara el fin de la historia y la muerte de la memoria en una festiva y alucinada exaltación del aquí y ahora desprovisto de recuerdos y vaciado de sentido".