Ensayo

Do it! Escenarios de la revolución

Jerry Rubin

28 mayo, 2010 02:00

Traducción de P. Álvarez. Blackie Books, 2010. 303 páginas. 19 euros


Quién se acuerda hoy de Jerry Rubin, uno de los "Ocho de Chicago"? Al menos de su amigo y cofundador de los Yippies, Abbie Hoffman, se hizo un película (Steal this film) en 2000. Ambos, veinte años después de su contribución a las revoluciones estudiantiles de los años 60 y en contra de la guerra del Vietnam, se enrolaron en una gira en la que Hoffman, fiel a sus orígenes, debatía con un Rubin que de yippie había pasado a ser yuppie. De ser joven, internacional y juerguista, los tres adjetivos con cuya inicial componemos la palabra yippie, Rubin había conseguido reinventarse como un joven, urbano y profesional (Youth, Urban, Professional) corredor de bolsa y luego próspero empresario.

Do it!, publicado en plena resaca de sus éxitos mediáticos, en el 70, con un diseño de maqueta lleno de fotos y filigranas obra de Quentin Fiore y que ha recuperado Blackie Books en esta edición, es el impresionante testimonio de los pasos de una muy particular guerra, una revolución entre comunista, hippie, anarquista y cómica.
Leer ahora este documento es entender mucho mejor una época muy especial de la historia de Occidente. Rubin inicia su activismo político en Berkeley. En Do it! va articulando con indiscutible chispa y chaladura sus propuestas revolucionarias, que nos hacen reír. No queda muy claro quién sembró las más fértiles semillas, si el Che o Elvis, pero Rubin afirma que los estudiantes le ganaron la batalla al Estado con sus pelos largos, su sexo libre y su marihuana. Rubin fue detenido y juzgado varias veces, pero no consiguió que le acusaran de orinar en el muro del Pentágono, su máxima ilusión. Se presentaba ante la autoridad disfrazado de soldado de la Guerra de la Independencia y tuvo la ocurrencia de presentarse a alcalde y pedir el voto de "padres a cuyos hijos había estado predicando que dejasen la uni, fumasen mandanga y follasen todos juntos". Los yippies de Rubin apostaban por la psicodelia, la libertad y la espontaneidad, por la entronización del crío que no querían dejar de ser. Por eso, porque preguntar la edad era un acto contrarrevolucionario, aceptaron entre sus filas a Bertrand Russell con 90 años.

Entre sus mitos, los hermanos Marx y el Llanero Solitario. Su principal declaración, "una hoja de papel en blanco". Quienes confesaban desayunar ácido y querer correr desnudos por los pasillos del Congreso, no es raro que acabaran como padres de lectores que simpatizan con Houellebecq. Rubin estaba como una cabra, pero hay que reconocer la lucidez de algunas de sus máximas: "Para ser un Kennedy hay que haber nacido Kennedy. Cualquiera puede convertirse en el Che".