Ensayo

El Dios que no nació. Religión, política y el Occidente Moderno

Mark Lilla

11 junio, 2010 02:00

Para Lilla, Hobbes (en la imagen) fue el primer pragmático

Trad. D.Rodríguez Gascón. Debate. Barcelona, 2010. 294 páginas. 18'90 euros


Mark Lilla (Detroit, 1956) se ocupa de las bases teóricas de un modo de pensar que no es hispano (es norteamericano), pero que tiene consecuencias directas sobre el mundo entero, incluido desde luego el hispano. Bastaría preguntarse si lo que se expone en el libro tiene algo que ver con la crisis económica actual. Lilla ve la mentalidad norteamericana y la presenta como una actitud predominantemente pragmática y, gracias a eso, positiva, en tanto que, en lo que le llega de Europa, percibe un fondo netamente pesimista.

Pues bien, Lilla cifra el origen del pragmatismo positivista de Norteamérica en el detonante que habrían sido las guerras de religión de los siglos XVI-XVII y considera que el primer pragmático relevante fue el británico Hobbes. Hobbes achacó esas guerras a las perturbaciones psíquicas que suscita la religión en algunas personas y las aboca al fanatismo y, para terminar con aquella situación, propuso que el poder estuviera en manos del rey, que podría ejercerlo de manera absoluta y sin dejar que nadie rechistase. En realidad, Bodino había llegado a la misma conclusión en el siglo anterior, el XVI. Pero Lilla replicaría acaso que lo importante es que la Gran Separación es un hecho, gracias a las revoluciones que corrieron de 1688 a 1789.

Por Gran Separación, no entiende la de la Iglesia y el Estado, sino la renuncia a algo bastante más profundo, que es buscar fundamentos teológicos para la autoridad civil. Hobbes se había equivocado al resolverlo por la vía de brindar el poder absoluto al rey; pero, por fortuna, Locke arbitró la forma de que se organizara la política sobre la base de la libertad, manteniendo el criterio pragmático. Eso sí, la libertad del Parlamento impuesta en 1688 conllevó la aprobación, al año siguiente, de una ley de Tolerancia que permitía cualquier culto con tal que no implicase la creencia de la Santísima Trinidad y se desarrollara al margen de la Church of England. La Trinidad Santísima era exclusiva de la Iglesia de Inglaterra. Consecuentemente, los católicos vieron cercenados sus derechos civiles y negados todos los derechos políticos hasta 1828. Pero Lilla no considera que eso afecte a su tesis y, además, reconoce expresamente que esa filosofía política británica del XVII era bastante floja y de argumentación harto débil.

Pero es eso razón por la que escribe el libro: los diferentes a todos los demás -advierte- somos los partidarios de la Gran Separación, o sea la mayoría de los occidentales, y, como el fundamento es débil, tenemos que permanecer en guardia para no imponer ese criterio nuestro al resto del mundo -que tiene otras raíces culturales- y, al mismo tiempo, para defender la Gran Separación, entre nosotros, de todo intento de resurrección de la teología política. Aún se le podría aducir que la segregación racial norteamericana la justificaban en la Biblia, como resulta de la condena de Noé a Cam. Por ese se les llama, a veces, "camitas" a los negros. Pero Lilla replicaría, quizá, que un buen pragmatismo llega incluso a pechar con el pasado con un mal que ya no existe. Y acaso añadiría que los occidentales que no somos así de pragmáticos tampoco podemos presentar unas credenciales que puedan considerarse impolutas.

Por eso vale la pena el libro. El grueso del mismo lo constituye un buen estudio de las teorías políticas que llevan ese pragmatismo al extremo que Lilla ve en Norteamerica y que permite a los norteamericanos afrontar el futuro con optimismo. Hay, desde luego, alternativas que Lilla no valora. Quizá tenga que ver con ello la manera europea de entender hoy la libertad religiosa. Pero replicaría que lo que él contempla es una jaula de grillos cada vez que alguien habla de religión, así que lo mejor es persistir en ser pragmáticos. Uno diría que lo mejor es ser pragmáticos y llevar a cabo la reflexión que echa de menos Lilla en la propia tradición norteamericana. Aunque, para eso, hay tiempo.