La memoria de las piedras. Anticuarios, arqueólogos y coleccionistas en la España de los Austrias
Miguel Morán Turina
9 julio, 2010 02:00Mapa de Túnez en el siglo XVI
Otros, los más ricos y poderosos, se aficionaron a las estatuas y, en algunos casos, las trajeron de Italia a la que habían viajado como virreyes y altos oficiales de la Monarquía. Varios de ellos fueron coleccionistas a gran escala, como don Pedro de Toledo, el duque de Alcalá, Vicencio Juan de Lastanosa, Diego Hurtado de Mendoza o, ya avanzado el siglo XVII, el marqués del Carpio. Algunos, como el duque de Alba en Abadía o Arias Montaño en la peña de Aracena, lograron hacer realidad el ideal de la construcción de un retiro clásico, un jardín con bellas esculturas y objetos de la antigüedad, en el que descansar de los trabajos, dedicados a la conversación culta con un pequeño grupo de amigos escogidos. Es el aprecio por la soledad y las delicias de la vida apartada, que la mayor parte de ellos no pudo sin embargo disfrutar.
El autor analiza los orígenes medievales del interés por la antigüedad. Por ejemplo, el aprecio de los omeyas por los restos romanos o las motivaciones políticas y simbólicas por las que algunos monarcas de la alta Edad Media utilizaron sarcófagos y otros objetos romanos o paleocristianos. A diferencia de ellos, sin embargo, los humanistas vieron el mundo antiguo como algo cercano y lleno de valores que ansiaban recuperar. La vida en Roma, donde pasaron largos años muchos de los principales anticuarios españoles, sirvió de fuerte acicate a su pasión por la época clásica, lo mismo que la estancia en los reinos de Nápoles y Sicilia, en los que la presencia del mundo griego y latino había sido tan importante. La experiencia de cada uno resultó fundamental; también el eco de gestas históricas como la conquista de Túnez por Carlos V, que explica el protagonismo de Cartago en las diversas evocaciones de la antigüedad, con una destacada presencia en la poesía. Entre otros temas y personajes, hay sendos capítulos dedicados a Alfonso Chacón, bibliotecario pontificio y estudioso de las catacumbas, los coleccionistas de estatuas o la extraordinaria labor realizada por Velázquez en su segundo viaje a Roma, que proporcionó a Felipe IV una magnífica colección de copias de esculturas clásicas.
La literatura, los grabados, la pintura, todo le sirve al autor para ilustrarnos sobre el aprecio de los modernos por el mundo antiguo, en un libro que se apoya en una formidable erudición y acumulación de conocimientos. Basten para apreciarlo la abrumadora relación bibliográfica final o las numerosas e interesantísimas notas. Como es habitual en la editorial que lo acoge, el libro cuenta además con buen número de ilustraciones de gran calidad y pertinencia, que aumentan su atractivo.