Image: La memoria de las piedras. Anticuarios, arqueólogos y coleccionistas en la España de los Austrias

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Ensayo

La memoria de las piedras. Anticuarios, arqueólogos y coleccionistas en la España de los Austrias

Miguel Morán Turina

9 julio, 2010 02:00

Mapa de Túnez en el siglo XVI

Centro de Estudios Europa Hispánica, 2010. 452 páginas. 40 euros


Miguel Morán es uno de los más destacados historiadores del arte español en la Edad Moderna, bien conocido por sus estudios del arte cortesano, la pintura, la escultura, el coleccionismo y las antigüedades, en un amplio periodo que va desde Carlos V a Felipe V. En el libro que ahora nos presenta profundiza en el análisis de la presencia del mundo antiguo en los siglos XVI y XVII a través de los anticuarios y coleccionistas de inscripciones, medallas, monedas y estatuas clásicas. El tema de fondo es una cuestión medular del humanismo renacentista: el aprecio por un mundo ya desaparecido, presente solo a través de unos restos materiales amenazados y en estado precario. En las meditaciones de los humanistas, los monumentos, estatuas, inscripciones y otros objetos no eran solo la mejor vía para el conocimiento del mundo al que pertenecieron, sino también un motivo de meditación melancólica sobre el paso inexorable y aniquilador del tiempo. Las ruinas supusieron una fecunda fuente para los poetas y escritores. Huyendo de la destrucción inevitable, los amantes de tales objetos (eruditos como Ambrosio de Morales, Rodrigo Caro, Antonio Agustín y otros) viajaron en busca de ellos, dibujaron los monumentos, transcribieron las inscripciones y se convirtieron en ávidos coleccionistas. Muchos de ellos se limitaron a medallas, monedas e inscripciones.

Otros, los más ricos y poderosos, se aficionaron a las estatuas y, en algunos casos, las trajeron de Italia a la que habían viajado como virreyes y altos oficiales de la Monarquía. Varios de ellos fueron coleccionistas a gran escala, como don Pedro de Toledo, el duque de Alcalá, Vicencio Juan de Lastanosa, Diego Hurtado de Mendoza o, ya avanzado el siglo XVII, el marqués del Carpio. Algunos, como el duque de Alba en Abadía o Arias Montaño en la peña de Aracena, lograron hacer realidad el ideal de la construcción de un retiro clásico, un jardín con bellas esculturas y objetos de la antigüedad, en el que descansar de los trabajos, dedicados a la conversación culta con un pequeño grupo de amigos escogidos. Es el aprecio por la soledad y las delicias de la vida apartada, que la mayor parte de ellos no pudo sin embargo disfrutar.

El autor analiza los orígenes medievales del interés por la antigüedad. Por ejemplo, el aprecio de los omeyas por los restos romanos o las motivaciones políticas y simbólicas por las que algunos monarcas de la alta Edad Media utilizaron sarcófagos y otros objetos romanos o paleocristianos. A diferencia de ellos, sin embargo, los humanistas vieron el mundo antiguo como algo cercano y lleno de valores que ansiaban recuperar. La vida en Roma, donde pasaron largos años muchos de los principales anticuarios españoles, sirvió de fuerte acicate a su pasión por la época clásica, lo mismo que la estancia en los reinos de Nápoles y Sicilia, en los que la presencia del mundo griego y latino había sido tan importante. La experiencia de cada uno resultó fundamental; también el eco de gestas históricas como la conquista de Túnez por Carlos V, que explica el protagonismo de Cartago en las diversas evocaciones de la antigüedad, con una destacada presencia en la poesía. Entre otros temas y personajes, hay sendos capítulos dedicados a Alfonso Chacón, bibliotecario pontificio y estudioso de las catacumbas, los coleccionistas de estatuas o la extraordinaria labor realizada por Velázquez en su segundo viaje a Roma, que proporcionó a Felipe IV una magnífica colección de copias de esculturas clásicas.

La literatura, los grabados, la pintura, todo le sirve al autor para ilustrarnos sobre el aprecio de los modernos por el mundo antiguo, en un libro que se apoya en una formidable erudición y acumulación de conocimientos. Basten para apreciarlo la abrumadora relación bibliográfica final o las numerosas e interesantísimas notas. Como es habitual en la editorial que lo acoge, el libro cuenta además con buen número de ilustraciones de gran calidad y pertinencia, que aumentan su atractivo.