Image: El tiempo de la desmesura

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Ensayo

El tiempo de la desmesura

Juan A. Ríos Carratalá

24 septiembre, 2010 02:00

Fotograma de Carne de fieras (1936)

Barril & Barral, 2010. 378 páginas. 25'50 euros


Ríos Carratalá reconstruye y narra las turbulentas y trágicas peripecias de tres películas españolas y de sus zarandeados creadores y protagonistas. El estallido de la Guerra Civil y los vericuetos de la primera posguerra son el marco dramático en el que se rodaron Carne de fieras (1936), El genio alegre (1936) y Rojo y negro (1941) -doy las fechas de filmación-, tres películas muy distintas, unidas en un tríptico por compartir el clima de violencia que se las llevó por delante como también se llevó las vidas o las carreras de varios de sus artífices, gentes vapuleadas por los excesos y mezquindades de ese "tiempo de la desmesura" que da título al libro.

De las tres historias, la mejor es la primera y más larga, la que corresponde a Carne de fieras, un melodrama fatídicamente improvisado y rodado en Madrid, en el verano del 36, a mayor gloria de Marlène Grey, una sicalíptica francesa que triunfaba en el circo bailando desnuda en una jaula de leones. La película fue insólitamente dirigida por Armand Guerra, radical militante anarquista y admirador de Durruti. El filme se perdió en la vorágine de la guerra, pero fue recuperado, restaurado y reestrenado en 1996 en la Filmoteca de Zaragoza. Ríos Carratalá documenta la azarosa trayectoria del singular Armand Guerra y, sobre todo, indaga en el mortal desenlace de dos jóvenes y hermosas "vedettes" -Tina de Jarque y Victoria del Mar-, que quisieron escapar del zafarrancho y acabaron fusiladas junto a sus amantes en paredones milicianos, tenidas por espías.

En el vigoroso carrusel de acontecimientos que teje Ríos Carratalá aparecen, entre otros, los diferenciados perfiles de dos escritores vinculados a los horribles acontecimientos: Eduardo de Guzmán y Álvaro Retana. Del mismo modo, y a propósito de El genio alegre, los actores Edmundo Barbero (republicano) y Fernando Fernández de Córdoba (franquista, histórico lector del parte que anunció el fin de la guerra) son los secundarios que rodean a la protagonista de la película, Rosita Díaz-Gimeno, republicana, casada con un hijo de Juan Negrín, cuya silueta adquiere relevancia junto a la de Serrano Súñer. La bellísima Díaz-Gimeno fue detenida durante 72 horas por los sublevados en Córdoba, en 1936, cuando se rodaban las últimas escenas de El genio alegre, una "comedia cortijera" basada en una pieza de los hermanos Alvarez Quintero. Los motivos de su detención y de su liberación -pasó a "zona nacional" y, de ahí, al exilio de por vida- son objeto de las documentadas tentativas de esclarecimiento de Ríos Carratalá.

Por último, Edgar Neville, José María Alfaro, Pedro Barrié de la Maza y la inusitada y poco conocida Silvia Morgan comparten plano, en segundo término, con la gran Conchita Montenegro (actriz principal) y con Carlos Arévalo (director), un falangista convencido que irritó a los militares y a diversos jerarcas del Régimen con Rojo y negro, una película que contaba los amores, desde niños, de una fascista -finalmente violada y fusilada en una checa- y un "rojo" que no logra salvarla pese a su condición de comisario político y que se autoinmola en un choque suicida con sus compañeros milicianos.

La película, redescubierta en 1993 y restaurada en 1996, ha sido positivamente valorada por sus inusuales audacias formales y por su libertad de estilo, pero fue retirada de la cartelera cuando su estreno, en 1942, y hecha desaparecer bajo un alud de críticas que, esencialmente, censuraban el protagonismo dado a los ideales falangistas y la humanización del "rojo" que interpretaba Ismael Merlo. Ello supuso la caída en el ostracismo de Carlos Arévalo, que continuó su filmografía con largas interrupciones, decepcionado y lejos de empeños importantes.

El libro del catedrático de Alicante es de apasionante lectura por factores que incluyen y rebasan al cine y que entran de lleno en la abrupta historia vivida por nuestro país hace sólo unas décadas y en el fresco de aventuras, desgracias, y vidas rotas que la guerra desencadenó. Sobra el beligerante prólogo contra las novelas históricas -no viene al caso- y hubiera sido deseable una mayor linealidad en la narración de todo lo relativo a Carne de fieras.