Image: La ciudad cristiana en el Occidente medieval

Image: La ciudad cristiana en el Occidente medieval

Ensayo

La ciudad cristiana en el Occidente medieval

Emilio Mitre

17 diciembre, 2010 01:00

Ciudad medieval, del Libro de Horas del Duque de Berry

Actas. Madrid, 2010. 414 páginas, 32'5 euros


Pocas cosas tan familiares como la ciudad y, sin embargo, pocos conceptos tan equívocos. En parte, eso obedece a unas razones que se remontan al origen de la civilización occidental y al notabilísimo alcance de algunas reflexiones muy tempranas acerca de lo que era la ciudad. La República de Platón y la Política de Aristóteles son las dos obras clásicas por excelencia. Su estudio no se agota. Salvador Rus -el estudioso de la filosofía del derecho- ha publicado una recopilación ejemplar e insustituible de los Comentarios a la Política de Aristóteles en la Europa medieval y moderna de los siglos XIII-XVII (Digibis 2009) y da fe de ellos. En sus obras, aquellos filósofos unieron ya antropología filosofica y antropología cultural, teoría política (que debe ese apellido -el de "política"- precisamente a la ciudad, "polis" en griego), geometría y urbanismo.

Emilio Mitre no se detiene en todo eso -que conoce bien-, sino que aborda la historia real de las ciudades europeas en los siglos desde la cristianización y decadencia del imperio de Roma al hallazgo del Nuevo Mundo. Fueron siglos que presenciaron el colapso de las comunicaciones interurbanas en gran parte de Europa, sobre todo entre los siglos VI y X; disminuyó sobremanera el trasiego por los caminos, de una ciudad a otra -de uno a otro territorio- y esa fue la prueba de fuego de las ciudades heredadas es de la época imperial. Ese colapso apuntaba directamente contra la propia idea de ciudad como centro de relaciones en donde se compensa y completa la diversidad de funciones que desarrollan los habitantes de la propia ciudad y de su entorno. Pero la ciudad no murió. Quizá la más visible consecuencia de la situación a que se llegó en esos siglos fue la disminución de los intercambios mercantiles y la consiguiente relegación -relativa- de la función de mercado que tenían muchos centros urbanos. Pero lo que ocurrió fue que pasaron a primer plano otras funciones -si es que no eran ya prioritarias- y la organización de adaptó a las nuevas necesidades y dio lugar, frecuentemente, a fórmulas institucionales y jurídicas nuevas. Con frecuencia, lo que había nacido de la necesidad de gobernar las relaciones a larga distancia se convirtió en sistema de defensa ante la agresión que pudiera venir de fuera y eso implicó importantes cambios en las funciones militares y en las propias formas urbanas. No pocas veces, dio pie a que la ciudad respectiva y su jurisdicción se convirtieran, de hecho o de derecho, en verdaderos principados independientes o autónomos, en los que, de otra parte, se llegaba frecuentemente a una total identidad entre la autoridad eclesiástica y la civil, dado que muchas ciudades eran sedes obispales.

El fuerte del libro es, no obstante, el período de la resurrección de las ciudades, del siglo X y XI en adelante. Mitre marca las pautas de ese renacimiento, en el que, sin abandonar la defensa, volvió a hacerse prioritaria la seguridad de los caminos y su mera transitabilidad física. Fue -cierto- época más fecunda en construir puentes que en construir caminos. Las antiguas vías romanas volvieron al uso. La complejidad de las consecuencias y la diversidad de las formas a que todo eso dio lugar, lo expone Mitre en un verdadero lienzo en el que traza toda una geografía urbana de Europa. El recorrido es completo; no queda nada importante fuera de él y -como es lógico en un autor que lo es y en un libro que leerán, principalmente, aficionados españoles- lo español se resalta, pero hasta el punto exacto en que un mayor pormenor no margina ni disminuye el interés -y el protagonismo- de todo lo demás del continente y sus archipiélagos principales, el británico sobre todo, como es lógico.

En suma, un libro bello y enjundioso para cualquier aficionado a los relatos históricos de calidad, sin necesidad de que el lector sea especialista en ninguno de los muy diversos saberes que -como queda dicho- implica la realidad de las ciudades.