Prohibido aburrirse (y aburrir)
James D. Watson
11 febrero, 2011 01:00James D. Watson. Foto: Gustavo Cuevas
No parece, visto así, que se pueda cumplir lo que el título promete pero, como es obvio, todo depende de cómo se nos expongan los hechos. Y obsesión de Watson es no aburrir a nadie, esmerándose en no aburrirse a sí mismo. Eso es lo que hace con una narración desenfadada y llena de humor, de estructura novelada, contando las cosas como si lo hiciera en una tertulia, mezcladas unas con otras y buscando en todas ellas lecciones y experiencias vitales que comunicar al lector. Así, cada uno de los quince capítulos responde a una actitud ante la etapa de su vida que le toca relatar: desde el primero, "Actitudes que adopté de niño", hasta el último, "Actitudes que mantuve cuando dejé Harvard de mala gana". Y de todos ellos entresaca una colección de "Lecciones que recuerdo" tan serias o tan pintorescas como "Busca amigos brillantes en lugar de amigos con popularidad", "No te inicies en el golf" o "Nunca te tiñas el pelo ni uses colágeno"...
El caso es que se van encadenando sus problemas personales con los sociales, científicos y políticos. Le nombran, por ejemplo, miembro del Comité Asesor de J.F. Kennedy -cargo prescindible, dice él-, pero no puede hacerle llegar el informe que le ha pedido porque sobreviene el atentado mortal contra el presidente. Entre estas y otras muchas cosas, nos da a conocer el proceso que culmino en el descubrimiento de la estructura tridimensional del ADN. Había empezado ya en Copenhage con el enfoque genético de los fagos pero vio que aquel no era el camino. Fueron, entre otros, los experimentos con rayos X de Maurice Wilkins, que revelaron al fotografiar la forma cristalina A, una estructura regular aún no descubierta en el ADN, así como la comprobación del error en la estructura propuesta por L. Pauling, los incentivos que mantuvieron a Watson y a Crick en su empeño por elaborar con éxito el modelo de la doble hélice del ADN. En 1953 publican en Nature su descubrimiento, que les valió, junto a Wilkins, el Nobel de Medicina o Fisiología de 1962.
Es lógico que semejante logro haya despertado en Watson el deseo de explicarlo, y así lo hizo en 1968 en su libro La doble hélice. Su publicación sufrió no pocos avatares que él mismo cuenta en la obra que reseñamos. Hasta pudo ser denunciado por difamación, ya que provocó las furias de sus colegas al decir, por ejemplo, que Pauling parecía un asno o que Crick robaba las ideas de los demás. Luego se reconciliaron, al ver Crick que aquellos comentarios, en lugar de mermar su reputación la habían mejorado. En fin, que así es nuestro hombre que, por otra parte, tampoco oculta sus debilidades: "Es mejor contar las cosas con franqueza sin vanagloriarse ni avergonzarse y dejar para los demás la tarea de elogiarte o censurarte, tal como harían de todos modos inevitablemente". ¡Elemental, querido Watson!